“Brasil, decime que se siente, tener en casa a tu papá”

Los cánticos de los diferentes países se escuchan en cada esquina. Por la avenida Atlántica de Copacabana pasean banderas de varias nacionalidades, muchas de ellas pintadas en las caras. A cada lado del cachete los colores que los representan. La mayoría son de América Latina: Argentina, Chile y México. La cercanía geográfica con la “cidade maravilhosa” hizo que prevaleciera la presencia de los vecinos de la región en esta ciudad. Los hinchas se cruzan, se saludan, se cantan y se sacan selfies: en general son hombres de un país con mujeres de otro. Un Chapulín (México), un celeste y blanco (Argentina) y un colorado (Chile). Las brasileñas, en el medio del cuadro.

Las mañanitas se escucharon a capella y con los brazos en alto frente a la pantalla de televisión en la calle, en el minuto que terminó el partido de México contra Croacia en la tarde de ayer. Y las camisetas verdes y amarillas locales se filtraron con sonrisas en los labios luego del triunfo ante Camerún. Muchos queriendo corear en simpático portuñol: “Olé, Olé, Olé, cada día te quiero más”. Desafiante la fonética y pronunciación.

Las provocaciones son inevitables aunque en tono de cordialidad. “El que no salta es un inglés, el que no salta es un inglés”. O en tono argentino, “Brasil, decime que se siente, tener en casa a tu papá”. La arena, mar y sol no permite que pase a mayores. Es aquí, fuera de la cancha, donde las susceptibilidades también se pueden potenciar con aquellos que uno juraría no tener ningún resquicio o diferencia. Hasta que se cruzan y encuentran. La capacidad de traspasar esa valla está en este Mundial. No provocar, ni dejarse provocar. Y no mezclar el amor a la camiseta nacional con las descalificaciones hacia los otros.

El fútbol puede sacar lo mejor y lo peor de las pasiones. Desde el lugar más recóndito en que descansa el orgullo nacional. Pero eso no puede opacar el reconocimiento a quien gana, ni confundir el triunfo o pérdida de un partido con duelos nacionales. De ahí a la intolerancia, sólo hay un paso. Lo que sería reincidir en una gran idiotez regional.