Museo Nacional de Malvinas: un cuidador de historias

Ingresamos por una puerta estanca a la réplica en escala real de la proa del ARA General Belgrano, el crucero de nuestra Armada Argentina que fue hundido por un buque inglés en la Guerra de Malvinas. Y al cruzar, los ojos no saben dónde detenerse.

El sitio tiene una luz tenue, seguramente parte de las normas de conservación que los elementos precisan, pero que no deja de conformar el clima que sensibiliza aún más a quien visita el Museo Nacional de Malvinas, en la ciudad de Oliva.

En Planta Baja se encuentran vitrinas y estanterías con uniformes y cascos diversos, elementos personales de los soldados que estuvieron en las islas; balas, caponas de gala, un imponente tablero de avión; borceguíes, gorras, fotos, cartas, y más. En el entrepiso de la proa hay otros objetos personales: banderas argentinas, placas, cuadros, sillas eyectables de aviones, tableros; computadoras de vuelo (manuales), equipos de vuelo de pilotos, emblemas de distintos regimientos y una de las dos banderas argentinas que flamearon por última vez en Puerto Argentino. La segunda se encuentra en la Sala de Honor de la Escuela de Aviación Militar, en la ciudad de Córdoba.

Sin destacar, pero a la vista, se puede ver  en una vitrina el pabellón colonialista inglés que capturó el teniente coronel Mohamed Seineldín. Aquella bandera capturada al enemigo, el militar la entregó al periodista Nicolás Kasanzew como trofeo de guerra para ser depositada, cuando existiera, en el primer Museo Nacional de Malvinas.

En uno de los mostradores, una caja de madera y vidrio cobra mayor dimensión, porque «huele» a Malvinas. Contiene el casco de uno de los tantos pilotos que, con gallardía y coraje, volaron los cielos de las islas de nuestro sur, y que desapareció en combate el 9 de mayo de 1982.

Se trata del teniente Jorge Casco,  cuyo cuerpo fuera encontrado ocho meses después de la Guerra, y que através de un telegrama de la Cruz Roja y la Fuera Aérea se notificó a su familia de la lamentable pérdida. En 2009, su familia fue invitada por las autoridades que continúan gobernando las islas para que los restos del teniente tuvieran sepultura con honores en el cementerio de Darwin. Al finalizar la ceremonia, el jefe del escuadrón británico entregó a su esposa el casco de este teniente nacido en Chaco en 1955. Son claras las huellas que dejó el impacto que tuvo contra las montañas por volar bajo, como es clara la huella que dejó su lucha al entregar su vida por la Patria.

Finalmente, en el entrepiso se rinde honor, con una foto de tamaño real, a un caído en Malvinas oriundo de Oliva, perteneciente a la fuerza de Marina: el suboficial Ángel Antonio Arce, quien perdiera la vida precisamente en el hundimiento del General Belgrano.

El museo continúa fuera de esa sala, ya a cielo abierto. En una plaza duermen un avión IA 58 Pucará, un A-4 Skyhaw, y un bombardero Canberra. También un vehículo anfibio que participó del desembarco, donado por Infantería de Marina, así como cañones antiaéreos. Además, este 2 de abril, se presentará una nueva incorporación al patrimonio del museo: una nave Dagger C-415, que también surcó los cielos durante la gesta.

Cada objeto tiene una historia, casi nunca anónima, como las que se sumarán en este trigésimo cuarto aniversario. Entre ellas, la que generosamente entregará el hijo del primer teniente Bolzan, piloto de nuestra Fuerza Aérea, quien dejará un borceguí que halló recientemente entre los restos del avión que voló su padre en Malvinas, y que 34 años después se encuentra en perfecto estado de conservación.

El Museo y su fundador

El Museo y la historia de vida de Gabriel Fioni, fundador del Museo Nacional de Malvinas,  es indivisible.

Gabriel nació en Oliva. Desde niño se interesó por las gestas heroicas. Seguramente las historias de guerra eran las que más atraían la curiosidad de ese pequeño que, en 1982, con 12 años de edad, pasó a convivir con la Guerra de Malvinas, al igual que todos los argentinos.

Leyendo un semanario de la época, Gabriel conoció la historia de un hombre que estuvo en combate: la del Capitán Gustavo Argentino García Cuerva, primer caído de la Fuerza Aérea al intentar aterrizar en Puerto Argentino. Desde su lugar de niño, Gabriel pensó en honrar el sacrificio supremo de la familia de ese capitán, al perder a un ser querido por la Patria. Así, decidió guardar una parte de sus ahorros para entregárselos a los deudos en cuanto le fuera posible.

A poco de terminada la guerra, se publicó un libro que no dejaría de llamar la atención de Gabriel: «Dios y los Halcones», escrito por el capitán Pablo Marcos Carballo, destacado aviador argentino que tuvo muchas misiones de combate en Malvinas. Fascinado, el pequeño lector decidió escribirle a ese autor de grandes hazañas y, para su sorpresa, no solo tuvo respuesta escrita de Carballo, sino que el capitán incluso pasó a saludarlo por su casa de Oliva, ¡con su cuadrilla de aviones Skyhaw!

Tres o cuatro veces al año, muy temprano por la mañana, Gabriel lo esperaba ansioso sobre el tanque de agua con una bandera entre sus manos, para responder al paso de este héroe de Malvinas a quien conoció personalmente recién en 1984.

Ese año, cuando Gabriel viajó a San Luis para concretar el encuentro, llevó consigo los ahorros que desde el ´82 había guardado para entregárselos a la familia del capitán García Cuerva, que en su condición de primer caído argentino de la Fuerza Aérea seguía presente entre las prioridades del preadolescente. Su amigo aviador, seguramente, sería el encargado de entregárselos a la viuda en su nombre. Pero Carballo lo sorprendió y, como todo héroe, le señaló el mejor de los caminos, sugiriéndole que destinara ese dinero a solventar los gastos que le demandaría escribir cartas a las familias de todos los caídos, para expresarles su gratitud y acompañarlos de esta manera en sus pérdidas.

De este modo, el 1 de mayo de 1984, Gabriel Fioni le escribió a la viuda del capitán García Cuerva contándole toda esta historia. En respuesta, obtuvo el primero objeto con el que contó el Museo, que son las caponas de gala de aquel aviador caído en Malvinas.

Durante diez años, ininterrumpidamente, siguió escribiendo a familias de caídos sin conocer personalmente a ninguno de los destinatarios de esas cartas. Algunos no respondieron. Pero mucho sí, y Gabriel pudo saber que sus palabras fueron consuelo y apoyo al recordar el arrojo y el valor de sus hijos o esposos muertos en Malvinas.  Eso le transmitieron los familiares cuando tuvo la oportunidad de conocer a muchos de ellos, en un almuerzo organizado en 1993.

En aquel encuentro Gabriel, les contó a todos los reunidos su intención de que esas historias de vida, que conoció generosamente a través de las cartas, fueran preservadas en un lugar físico. Muetras de confianza y respeto ese jóven ya había dado a esos familiares. Fue entonces cuando comenzó a recibir documentación, efectos personales, fotografías y diferentes objetos que dieron origen al Museo. Inicialmente funcionó de forma itinerante, hasta la actualidad, en que se encuentra en terrenos cedidos por Ferrocarriles Argentinos en la ciudad de Oliva.

Hoy, Gabriel Fione, comerciante y padre de familia, junto a otras familias de Oliva que no tuvieron amigos o familiares caídos en Malvinas, se sienten motivados para llevar adelante el sueño de recuperar estas historias de vida. Gabriel dice que su “interés principal no es hablar de la guerra, sino que las historias de los caídos en Malvinas no se pierdan y que sean preservadas para la posteridad. Ellos son un ejemplo claro de lo que significa defender a la Patria, querer a nuestro suelo. Y las nuevas generaciones pueden observar en ese ejemplo, de manera tangible, lo que es morir por su suelo.”

Gabriel por Gabriel

“Desde los trece años tengo la suerte de escuchar, de boca los protagonistas -tanto veteranos como familiares de caídos- historias de guerra que no tiene que ver con los combates, sino con los sentimientos más puros y hasta con las miserias humanas. Porque la guerra tal vez es eso, una sucesión de hechos miserables que nos llevan al límite, y en ese límite es donde nace la historia que nosotros queremos recuperar”.

“Con el paso del tiempo, tu corazón sufre los embates de las historias. Pero esas historias sirven para nutrirse, para motivarse y motivar al resto de la gente. Sirven para convencer a los argentinos de que somos gente buena. Somos valientes. Este país es digno de vivirse; los sacrificios que hacemos no son en vano, porque hubo gente que tuvo que sacrificarse mucho más y no tuvo la oportunidad de elegir”.

“El Museo es parte de mi vida, un integrante más de mi familia”, finaliza.