Acomodar las piezas para volver a jugar

En un aula del Instituto Horizonte del Complejo Esperanza hay una mesa larga con tres tableros de ajedrez. De un lado están Beatriz Marinello, vicepresidenta de la Federación Internacional de Ajedrez; Phiona Mutassi, la ajedrecista olímpica que aprendió a jugar de niña buscando comida en Katwe, uno de los rincones más cruentos de África; y Robert Katende, su entrenador. Frente a ellos, los locales: Walter, El Pato y Jesús. Ninguno supera los 18 años, son alumnos del programa de ajedrez “Jaque mate a la exclusión”, que el Ministerio de Justicia y la Federación Provincial de Ajedrez brindan en contextos de encierro.

Los chicos del Horizonte dicen que Pato es invencible, les gana a todos. Pero ahora, frente a Phiona, no dura ni dos minutos. Walter tampoco la está pasando bien: su tablero es un desparramo de peones, su defensa es un colador. “Los Peones nunca juegan solos, siempre se mueven en equipo para hacerse fuertes”, le dice Beatriz. El mate llega dos jugadas después. Jesús todavía resiste: comió casi todas las piezas de Robert, menos una torre y un peón. A él solo le queda el rey: lo mueve por todo el tablero, se escabulle, busca alternativas, vías de escape. Al final consigue tabla. Un empate. En el aula los chicos lo celebran como si hubiesen ganado la copa del mundo.

Todos han visto la película “La Reina de Katwe”, la película de Disney inspirada en la vida de Phiona y Robert. Phiona llegó al ajedrez empujada por el hambre. En un ambiente de asesinatos, robos y prostitución, Phiona perdió a su padre por sida a los tres años y se quedó sin techo porque su madre no podía pagarlo. “Tenía unos diez años cuando un día seguí a mi hermano en busca de comida y así conocí a Robert, un misionero que alimentaba a los niños a cambio de que aprendieran a jugar al ajedrez”, contó. “Yo buscaba la comida, pero no me daban de comer si no jugaba. Así fui aprendiendo”, dijo.

Un rato después, Robert -un hombre carismático y sencillo- habla para todos los chicos del instituto y les dice: “Este juego saca lo mejor de nosotros. Jugando, puedes cometer errores, como en la vida, y si cometemos errores en el tablero buscamos la manera de no cometerlos de nuevo, pero tenemos que saber que esos errores no nos definen. A veces nos toca perder, y cuando perdés nadie quiere estar del lado del perdedor, pero hay que reponerse, como en la vida, hay que acomodar las piezas y volver a jugar”.

Robert transmite serenidad. Él también ha pasado momentos difíciles en África. “Les voy a decir dos cosas”, agrega,  “tengan paciencia, practiquen y siempre jueguen con rivales más fuertes”, entonces todos en el aula miran a Pato, el invencible. Uno de sus compañeros agarra confianza y lo desafía a un partido para la noche. “Y otra cosa -agrega Robert- nunca nunca se rindan, aunque solo les quede el rey, no se rindan. Tengan esperanza, todo va a estar bien”.

El profesor de ajedrez que enseña a los chicos del Complejo Esperanza es Luciano Martin Sianca. Tiene en total unos 120 alumnos. “Cuando llegué la mayoría no sabía jugar, aprendieron desde cero y hoy manejan libros y jugadas”, cuenta. “El ajedrez les ayuda a tolerar las frustraciones, a disminuir los índices de agresividad, a saber ganar pero también a tolerar las derrotas”, agrega.

Phiona y Robert llegaron Córdoba invitados por la Universidad Nacional de Córdoba a las Jornadas Internacionales de Ajedrez Social y Educativo. En ese marco visitaron el Complejo Esperanza, el Establecimiento Penitenciario de Bouwer y el EP3 de mujeres, donde se lleva adelante hace dos años la enseñanza de ajedrez, con muy buenos resultados.  Gonzalo Rearte Cuneo, el profesor en Bouwer, contó que “todos y todas están muy motivados”. “Muchos dicen que es un escape mental, pero además entrenan con mucha dedicación. Algunos egresados del curso siguen jugando afuera y tomando clases”.

Según Beatriz Marinello, de la federación internacional, Córdoba, es el único lugar en el mundo donde las mujeres privadas de su libertad también aprenden y juegan ajedrez. “Conocí cárceles donde las mujeres hacían las piezas y las hombres jugaban. Esto es único. Y ustedes tienen que jugarlo con sus hijos para empoderarnos y cortar la cadena”,  les dijo en su paso por el EP3 a un grupo de mujeres.