Nueve historias que se entrelazan en un acto de amor

Desde jóvenes Jorge y Claudia denotaban un marcado compromiso con la idea de ayudar a los demás y mejorar así la calidad de vida de las personas a su alrededor.

Muchas veces el destino va tejiendo redes y caminos que en primera instancia no logramos comprender, pero que con el tiempo, el entusiasmo y la pasión que surge desde lo vivido, le comienzan a otorgar sentido a las experiencias.

Y fue así como el Hospital de Niños de la provincia se convirtió en el escenario de encuentro de los protagonistas de esta historia.

Impulsada por el fuerte deseo de ayudar a los demás, a sus 20 años Claudia decidió formar parte del cuerpo de voluntariado del Hospital de Niños.

Con este mismo afán, un día Jorge decidió participar, junto con un grupo de amigos, en un festejo por el Día del Niño que se realizaba en dicho nosocomio. Fue así como, bajo el disfraz de payaso, logró robar sonrisas y conquistar corazones.

Después de esa experiencia, para Jorge las cosas no volverían a ser igual que antes. Todo había cambiado.

“Cuando entré al área de terapia intensiva y me topé con dos angelitos que se encontraban entubados y no se podían mover, lo único que pude realizar es colgarles un globo a cada uno en su cuna”, recuerda Jorge con emoción. Es que aquella vivencia fue lo que lo motivó más tarde a integrar el equipo de voluntarios.

De esta manera, los pasillos y salas de internación se convirtieron en testigos del comienzo de esta historia de amor.

Fiel al lema del voluntariado, “dar amor al niño internado”, juntos se convirtieron en posibilidad para aquellas personitas que se encontraban atravesando una difícil situación.

Para ellos, durante esas cuatro horas semanales que permitía el voluntariado, se detenía el mundo. Ahora sólo importaba el amor que tenían para dar, la contención que ofrecían en cada abrazo y la posibilidad de mostrarles a los niños que ellos eran importantes para alguien, que no estaban solos y que harían todo lo posible para conseguir su pronta recuperación.

A medida que pasaba el tiempo, el amor entre Jorge y Claudia crecía cada vez más y comenzaron a elegirse como pareja.

Pero un día, estando ya de novios, realizaron una promesa que, sin saberlo, marcaría sus vidas. Frente a una cuna, se prometieron mirándose a los ojos que si lograban conformar una familia, no se olvidarían nunca de la posibilidad de adoptar.

Cuando el dolor conduce a la resiliencia

Luego de constituirse como pareja y decidir comenzar a cumplir su sueño, el de conformar una familia, la vida les puso en frente una prueba de superación.

Tras varios intentos de concebir, se toparon con la noticia de que no podían tener hijos biológicos. Pero esta situación, lejos de separarlos como pareja, los unió aún más. Por medio de este aprendizaje lograron transformar un proceso de duelo en un acto de amor sincero que permitiría, más tarde, cambiar por completo la vida de nueve corazones.

“Fue un proceso duro, en mi caso personal como varón me costó darme cuenta que no podía tener familia. En muchos casos esto lleva a la separación y aparece el conflicto. Nos llevó un tiempo asumirlo, pero realizamos un duelo y después se fue madurando”, recuerda Jorge, quien durante ese periodo de superación y aceptación, se deprimió mucho. En ese momento Claudia le recordó aquella promesa que hicieron juntos frente a una cuna cuando eran jóvenes.

Y con una mirada llena de amor, Jorge expresa: “Yo siempre digo que al lado mío hay una gran mujer; no hay una media naranja, hay una naranja entera”.

Fue así como decidieron empezar a transitar el camino de la adopción. Con mucha fe y perseverancia no estaban dispuestos a bajar los brazos hasta conseguir sus anhelos.

El proceso de adopción

Firmes a su decisión, comenzaron a anotarse en todos los juzgados tanto de Capital como del interior e ingresaron a las listas oficiales.

La espera nunca los desalentó. Cada vez se consolidaba con más fuerza la búsqueda de la adopción vía legal para poder darle amor verdadero a un niño.

Pasaron cinco años desde que se anotaron hasta aquel día en el que el teléfono daría el inicio al cumplimiento del sueño de formar una familia. Una mañana, Claudia recibe un llamado de parte del juzgado de la localidad de Cruz del Eje manifestando que había una niña con la cual era posible la adopción.

“Fue terriblemente emocionante; en ese momento no sabía qué contestarles de los nervios y quería ir ya, pero me decían que no porque eran las 12 del mediodía y no llegábamos hasta aquella localidad ya que el juzgado cerraba a las 13. Recuerdo que lo primero que respondí en ese momento fue: `por favor cuídenmela’, no aguantaba hasta el otro día. Llorábamos todos en mi familia por la emoción”, rememora Claudia.

Al otro día, antes de que el juzgado abriera sus puertas, los futuros papás se encontraban ansiosos en el ingreso, aguardando el momento en que los llamaran y pudieran firmar con rapidez los papeles para ir al encuentro de su primera hija.

“Había un espacio que estaba vacío, en el que ya se había hecho el duelo. Cuando llega un niño no te lo explicás, tenés en tus brazos algo que anhelás, que querías toda tu vida; se te estremece el cuerpo, los dos la queríamos tener todo el tiempo. La acariciábamos, no parábamos de mirarla fijándonos si respiraba”, cuenta Jorge.

Y en ese momento Rocío entró a sus vidas y encontró el significado de tener una familia. Pero a medida que iba creciendo, la niña manifestaba sus deseos de tener un hermanito. Escuchando los deseos de su hija, se inscribieron nuevamente y con mucha perseverancia comenzaron a golpear diferentes puertas; sin imaginar la experiencia que se avecinaba.

Rompiendo prejuicios sociales

Fue durante esta búsqueda que los Lencinas se enfrentaron con una difícil realidad. Resultaba muy bajo el número de personas inscriptas dispuestas a adoptar niños mayores de 3 ó 4 años.

Existe un prejuicio en la sociedad en la cual muchos se resisten a la idea adoptar chicos más grandes; pero pese a esta interpretación, el hecho es que ellos siguen siendo aún niños. Esto visibiliza una dura realidad en la cual los pequeños que no son integrados a corta edad a familias adoptivas, permanecen en instituciones hasta cumplir la mayoría de edad.

Decididos a erigirse como posibilidad para algún niño y servir de ejemplo que permita contagiar a otras parejas, con ocho años de edad llegó Catriel a la familia Lencinas.

“Si nos exponemos como familia y hablamos, lo que podemos lograr es que la sociedad pueda escuchar y que haya gente que se sensibilice y que realmente quiera abrir su corazón, su casa y familia para la adopción de niños más grandes”, manifiesta Claudia.

Y así se fueron incorporando, más tarde, Alan con seis años y su hermanita biológica Luz que, en aquel entonces, tenía un añito.

“Cuando nos llaman por Alan nos contaron que estaba deprimido, que no comía y cuando estábamos haciendo los papeles para la guarda nos dicen de que tenía una hermanita en otra institución y que si se iban eran los dos juntos”, narra Jorge.

Pero los caminos misteriosamente se siguieron cruzando y uniendo lazos. Así sucedió cuando un día Jorge asistió a un juzgado por razones relacionadas con su trabajo y se enteró allí de la existencia de Celeste, quien era hermana biológica de Rocío y se encontraba en una institución desde los ocho años. Gracias al corazón gigante de Jorge y Claudia, se unieron las dos hermanitas.

Visiblemente emocionada, Celeste recuerda cómo fue su llegada a la familia Lencinas: “Llegué a la institución a los ocho años y a veces jugábamos y pedíamos deseos y yo siempre  pedía una familia y un día cuando volví del colegio me llaman los dueños del hogar y me dieron la noticia de que me habían conseguido papás”.

Y continúa: “Ahí me enteré que tenía una hermana y yo no lo podía creer porque de chica mis padres biológicos me habían dicho que mi hermana había muerto al nacer. Cuando conocí a Rocío yo tenía 13 años y sentí una alegría inmensa; comenzamos a compartir un montón de cosas juntas”.

Pasó algún tiempo hasta que recibieron un llamado desde la SENAF buscando un hogar para Yésica con su bebé y hace casi tres años que ya forma parte de la familia. De la misma manera, más tarde se integró Tiziana cuando tenía diez años. Como muestra del amor incondicional, hace tan sólo dos semanas Débora, de 16 años, llegó al hogar de los Lencinas y se encuentra en periodo de adaptación.

Bajo el compromiso de dejar que cada chico explore sus pasiones y descubra aquello que lo moviliza y lo constituye en único, Claudia y Jorge destacan como valor fundamental para su crianza no sólo la verdad y la unión sino el acompañamiento en las actividades que cada uno de sus hijos decide emprender.

Es así como Catriel con 19 años hoy es federado nacional de natación y entrena a chicos de diferentes edades en este deporte. Yésica está haciendo su primario y encuentra entusiasmo en lo referente al arte y la pintura. Luz y Tiziana realizan patinaje artístico. Alan hace natación pero desde pequeño manifestó su interés en todo lo referido al deporte automovilístico; orientado por este deseo se interesa por aprender destrezas relacionadas a la mecánica de los autos, vislumbrándose como un futuro corredor. A Rocío le gusta el arte y el oficio de veterinaria. Celeste baila folclore. Y Débora que recientemente se integró a la familia se encuentra enfocada en su educación.

“Los niños no se eligen, hay que dejarlos ser como son. No te van a reclamar nada, ellos disfrutan la familia. Nos movemos y actuamos en bloque. Acá los chicos tienen voz y voto, los escuchamos y forman parte de las decisiones que se toman como familia”.

“Somos sencillos, simples, y es lo que le pedimos a ellos que continúen con esa enseñanza, la vida te devuelve lo que vos das. Hay que aprovechar los momentos de la vida y cada uno va a tener su oportunidad, lo lindo es ir descubriendo qué nos tiene preparado el destino”, comparte Jorge.

Inspirar a otros a través del ejemplo

Con el propósito de alentar a muchas parejas que se iniciaron en el camino de la adopción, la “comunidad Lencinas” participa de charlas y talleres, a través de los cuales comparten su experiencia y animan a no bajar los brazos y perseverar hasta cumplir con el sueño de constituir una familia.

También por medio de estas acciones, logran romper con los prejuicios sociales e incentivar la adopción de chicos más grandes.

“No hay un manual para esto, nace solo, es brindarse a abrir su corazón, saber hacer los duelos a tiempo para lograr cumplir el sueño de convertir una familia”, enfatiza Jorge.

Una mamá de gran corazón

“Es una experiencia bellísima, una madre lo da todo por sus hijos y ama fundamentalmente y yo amo con pasión mis hijos y cada demostración de cariño con abrazos o pequeños gestos como un dibujito, una cartita. Todo es emocionante y bello”, expresa con emoción Claudia.

Es que el amor incondicional de esta mamá de 9 hijos, se convirtió en un ejemplo de maternidad que inspira y genera admiración.

“Mi mensaje para el día de la madres es que disfruten de las diferentes etapas de la vida de los chicos y si tienen el deseo de ser mamás adoptiva les aconsejaría que desde esa ansiedad no se queden quietas y que disfruten. Que perseveren, hagan todos los trámites y tengan paciencia porque vale la pena”.