La silenciosa cruzada librada por amor

“Yo los llamaba y les decía ‘hablen’, entonces los padres atendían sin saber quién era y se encontraban con que del otro lado del teléfono estaban sus hijos”.

De esa forma describe Coty lo que realizaba con cada cordobés del interior que estaba reclutado en la Guerra de Malvinas. Era operaria de la empresa de telefonía Entel en una época en donde todas las comunicaciones eran intermediadas por la Operadora. Desde allí, de forma silenciosa y poniendo en riesgo su trabajo, buscó intensamente el paradero de cada uno de los jóvenes de la región que habían sido reclutados, los comunicó durante cada semana con sus familias, organizó un viaje con todos los familiares al sur y fue el nexo permanente entre la incertidumbre de cada padre y la espera de cada hijo.

Así, en la lejanía de sus raíces y tras la crudeza de las circunstancias, la imagen fría de la “Operadora de Villa María” perecía ante la tibieza de la voz de Coty, expresión de un encuentro que llegaba cada sábado pasado el mediodía, menguaba el dolor y acariciaba con su inquietud el destrato de aquel presente.

De “los chicos de Malvinas” a “mis chicos”

“Mi historia con Malvinas comienza el 17 de marzo de 1981”, cuenta Adelma Ludueña para hacer referencia al primer día en el que, desde la oficina de Entel de Villa María, la voz de “la Señora Coty” tomaba contacto con el triste y amargo proceso de Malvinas.

Así era conocida por los soldados del interior cordobés, jóvenes que, sin más reparos que el deber impuesto, se exponían al desafío más cruento que el futuro pudiera regalarles: la guerra.

Esa voz, que mezclaba en su hablar la dureza de las convicciones y la tibieza del amor, tenía un significado especial. Era la imagen sin rostro de alguien que, sin siquiera conocerlos, les abría la posibilidad desinteresada de hablar con sus familias, de volver de a ratos al calor del hogar, y de que los padres pudieran saber dónde y cómo estaban sus hijos.

Aquel 17 de marzo la veía buscando el paradero de su sobrino, Conrado Ludueña, que -como tantos otros- había sido convocado por el Ejército. Descubrió que se encontraba en el Regimiento 25 de Sarmiento, provincia de Chubut, y a partir de allí comenzó a tener contacto con él cada sábado. Dos meses después, organizaba el primer y único viaje que las familias de los jóvenes reclutados harían al Regimiento.

“Contacté a los padres y organicé el viaje; fuimos dos colectivos con padres de Villa María, Cruz Alta, Noetinger, Corral de Bustos, Marcos Juárez, Bell Ville y de otras localidades. La sorpresa mía fue cuando llegué: muchísimos chicos de la provincia de Córdoba, muy humildes. Yo les preguntaba si sus papás sabían dónde estaban, si tenían teléfonos y cómo contactarlos”.

Pero ver la situación en la que se encontraban y observar cómo muchos jóvenes habían perdido todo contacto con sus familias desde que llegaron al sur, hizo que Coty redoblara sus esfuerzos. Así, una vez pasado el viaje, a dos meses del día en el que los chicos llegaron al regimiento, los empezó a comunicar con sus padres:

“Los sábados yo hablaba con mi sobrino, siempre después de las 16. Un día me dice tengo tres chicos tía que quieren hablar con sus familias; y al sábado siguiente ya había 5. Me acuerdo que un día lo llamé y me dijo que tenía 17 chicos. ‘¡Ay cómo hacemos!’, le dije. ‘Bueno, no te preocupes, andá diciéndome adónde los tengo que comunicar’. Entonces mientras mi sobrino hablaba con mi hermano o mi mamá, yo iba hablando con la gente y los iba comunicando con los chicos”.

Semana a semana, la rutina de los sábados ganaba en fuerza y en resistencia.
La posibilidad deepig.marce hablar con las familias representaba una dosis de energía para afrontar las duras condiciones en las que se encontraban.

Al mismo tiempo, cuenta Adelma, con su familia enviaban una encomienda cada 15 días a su sobrino. Sin embargo, ella hacía una segunda encomienda para todos los chicos que no recibían nada. “Yo lo tenía penado a mi sobrino que se las diera a ellos. Ahí les mandaba azúcar, yerba, comida, dulces, masitas; a veces, cuando tenía, también les ponía dinero para que tengan por lo menos para tomar algo”.

De a poco, su accionar intenso y constante la fue transformando en un soldado más, pero un soldado cuya causa fue el encuentro y la paz y en donde no contó con más armas que su obstinada necesidad de que la vida de aquellos jóvenes fuera un poco más amena entre tanto durara el conflicto.

Con el tiempo, “los chicos de Malvinas” se transformaron para Coty en “mis chicos” y el desafío de aliviarles la carga pasó a ser una necesidad personal: “Si yo les podía amenguar un poco el dolor o el sufrimiento de estar lejos de la casa, cómo no lo iba a hacer”, comparte.

El retorno de las Islas al Regimiento

Si bien su sobrino no viajó finalmente a Malvinas, sí lo hicieron muchos compañeros del Regimiento 25 que, para ese entonces, formaban tan parte de la historia de Coty como su propio deseo de cuidarlos.

Por eso, el retorno a la localidad de Sarmiento tenía una extremada cuota de dramatismo, asentada en el indeseada incertidumbre sobre quiénes volvían y en qué condiciones. Fue ese día, sin dudas, de los más fuertes que a Coty le toca recordar:

“Yo me había hecho amiga, entre tantas llamadas, de un Sargento del Regimiento. Una tarde me comunico y él me dice: ‘¿Escuchás el bochinche? Son los ómnibus que están trayendo de vuelta a los chicos de Malvinas’. Cuando me dijo eso me quedé muda. Ahí yo le empecé a preguntar quiénes volvían y le decía todos los nombres de los chicos. En ese momento yo no sabía qué hacer: no sabía si escuchar o no por miedo a que me diga ‘ese no vino, ese se quedó allá’. Cuando me empezó a decir los que venían yo, mientras hablaba con él, llamaba a la casa de su familia. Entonces de a uno empezaban a hablar con sus familias. Ahí lloraba la madre, por la emoción de saber que su hijo volvió con vida; lloraba el hijo del otro lado por hablar después de tanto tiempo con su familia; y lloraba yo al escuchar tanta emoción”.

epig.marcePara esa altura, entre la oficina de Entel de Villa María y el Regimiento 25 de Sarmiento había mucho más que 1.500 kilómetros de distancia; había un vínculo que desde la angustia y el dolor sacaba los ribetes más fuerte del amor.

No obstante, muchos no tenían teléfono en la casa, por lo que lo que hacía en esos casos es contactarse con la policía de la localidad y eran ellos quienes buscaban a la familia, la llevaban a la comisaría y, desde allí, hacían el contacto. Incluso, en algunas oportunidades, era la propia Coty quien se llegaba a la casa de los familiares.

“Había un chico de acá de Villa María que me daba mal el número de teléfono de su hermana, entonces se ponía mal porque obviamente no nos podíamos comunicar. Le digo: ‘No te pongas nervioso, decime dónde vivís que yo ahora cuando salgo a las 20 me voy a tu casa y hablo bien. Vos mañana a la diez de la mañana quedate en la cabina que yo te comunico con tu hermana’”.

Se trataba de un joven que estaba dado como desaparecido porque desde hacía tiempo no se sabía nada de él. Entonces, tal como le había dicho, Adelma salió de trabajar y fue hasta las afueras de Villa María a buscar a su hermana: “Me acuerdo que era de noche y yo estaba sola. Encontré la casita, golpeé y cuando abren la puerta veo arriba del aparador una vela encendida con un santito. Le pregunto si era la hermana del chico, me dice que sí y le digo ‘quedate tranquila que vengo con buenas noticias, tu hermano está bien, volvió de Malvinas y quiere hablar con vos’. Al otro día los puse en comunicación. Esa familia se enteró que el chico estaba bien ese día, después de semanas sin saber nada de él”.

El caso Daniel Cepeda: la solidaridad hecha encuentro

Ya con la guerra en plena ejecución, Coty escucha desde su trabajo que en una de las líneas un papá que se enteró que su hijo había vuelto herido de Malvinas estaba llamando a varias oficinas porque no sabía adónde estaba. Esquivarle al problema no era, como siempre, una opción para ella.

“Lo primero que hice fue hacer que no le cobren todos esos minutos. No iba a tolerar que le cobraran a una persona que estaba preguntando dónde está su hijo. Salí corriendo y cuando abro la puerta de Oficina Pública, que era para hablar para quienes no tenían teléfono, había un montón de gente. Me paro en el mostrador y pregunto quién era el papá que tiene un hijo herido de Malvinas y no sabe a dónde está. Se hizo un silencio de tumba y escucho un ‘yo’ a tres o cuatro metros. Cuando veo era un hombre tan humilde. Yo no sabía si gritar, si insultar, si llorar, si salir corriendo. Le dije ‘usted de acá no se mueva, yo voy a averiguar dónde está su hijo y le doy mi palabra de que yo me voy a hacer cargo de todos los gastos y usted, entre mañana y pasado, va a estar con él’. Pegué la media vuelta, subí llorando y le pedí autorización a mi Jefa para llamar a Bahía Blanca. Llamé y me dijeron que estaba ahí; me informaron que le habían tenido que amputar la parte de los pies, pero que estaba bien y que pedía mucho por su papá. Termino de hablar y con mi jefa hicimos las gestiones con la terminal y pudimos conseguir los pasajes gratis. Cuando bajo y llego a la oficina veo que en una mesa había una montaña de dinero. Me dice la chica que atendía que ninguno de los que estaba ahí se quiso ir hasta que yo llegue y que cada uno puso un poco de dinero para ayudar a que el hombre vea a su hijo”.

Así fue como, después de las 5 de la tarde, llevó los pasajes a su padre que viajó al día siguiente. Estuvieron casi un mes allá. Pasadas algunas semanas, cuando lo trasladaron a Buenos Aires, Coty decidió viajar y visitarlo. “Llegué y, como yo no lo conocía, iba preguntando a todos por él. Cuando lo encontré, lo miré y le dije ‘yo soy Coty’. Estaba tan contento. Estuve cuatro días con él acompañándolo. Después, desde que volvió a Villa María siempre viene a visitarme a mi casa”.

El retorno a casa

Después de poco más de dos meses de contacto, el encuentro tras el retorno daría la posibilidad de verse cara a cara con aquellos jóvenes por los que había trabajado incansablemente. Y el deseo era mutuo: cada excombatiente del Regimiento 25 sabía lo que Coty había significado y conocer su rostro era una forma de ponerle imagen a aquella voz que no había cesado de construir puentes.

Desde el fin de la guerra y el regreso a sus localidades, Coty fue visitando uno a uno a “sus chicos”, no sólo los de Villa María sino también los que pertenecían a otras localidades de la región. “Los quería abrazar, eran como mis hijos, quería conocerlos y estar con ellos”.

Explica que se puso en contacto con ellos para contenerlos y para ayudarlos en todos los trámites que tenían que hacer, apoyándolos en la dura misión de retomar el cauce habitual de sus vidas. Cuenta que los veía y les decía “yo soy la Coty”, frase que bastaba para fundir el encuentro en un abrazo que sellaba tantos kilómetros acortados en la densidad de aquellos minutos de comunicación.

Los agradecimientos no demoraron en llegar. Coty fue invitada y homenajeada en localidades como James Craik, Hernando y Cruz Alta, siendo condecorada, a un año de concluida la guerra, como Madrina de los excombatientes de Villa María; un reconocimiento que, como admite Adelma, “ni diez coronas de oro y de brillantes para mí valen lo que vale este nombramiento”.

Los hijos que acompañan a su madre

“Dios no me dio hijos pero me dio todos estos chicos que los tengo en el corazón”, comparte Coty con lágrimas de orgullo. Habla de ellos como quien describe las andanzas de sus niños, dejando ver en su relato un orgullo que rebosa los límites de lo imaginable.

Hoy, años después de las heroicas acciones que en el anonimato ella realizara, son “sus chicos”, sus veteranos de Malvinas, quienes cuidan de ella abrazados a la sabiduría de sus años. Son ellos quienes cada viernes la buscan para que comparta con ellos su cena semanal, quienes la llevan a cada viaje que emprenden juntos, quienes la ayudan con las medicaciones y quienes pagaron sus tres operaciones de la vista.

Coty, desde la visión de sus héroes

La historia de Coty es una historia de amor, de encuentro y de elección. Una historia que evidencia que lo que es unido por el amor, encuentra en ello la fortaleza ante cualquier dolor.

“Cuando apenas llegaron y se hacían los actos por Malvinas había tan poca gente; yo iba ahí y estaba presentes para que ellos no sintieran que estaban tan solos. Yo quería tapar esa soledad. Acá estoy yo, yo los cubro y yo los contengo. Quédense tranquilos, acá estoy yo”.