Descubrir todo otra vez

Hay que cerrar los ojos en un esfuerzo de la imaginación. Tratar de visualizarse atravesando uno mismo esta vivencia: el profundo choque emocional de entender, un día como cualquier otro, que todo puede tener un final mucho más cercano de lo que supusimos.

Valeria Rinaldi es una fotógrafa freelance y emprendedora independiente nacida en Córdoba hace 37 años.

Cuando tenía 19 se fue a vivir sola a Mar del Plata. A los 31 eligió San Martín de Los Andes como destino de residencia, después de haber conocido el lugar durante un viaje de vacaciones. En esa ciudad neuquina recibió la noticia que alteraría sus planes, su cuerpo y su vida.

Fue durante un autocontrol de mamas, rutina que recuerda haber cumplido siempre de forma estricta. Le pareció detectarse unos nódulos. Dolían apenas, pero igual fue al ginecólogo. Le hicieron una mamografía, le dijeron que debían practicarle una punción, que podía ser cáncer. En quince días, con ayuda de su grupo de amigos del sur, armó la mudanza, embaló sus cosas y se volvió para Córdoba con lo que cabía en el auto.

“Antes postergaba todo. Decía: voy a trabajar ahora para poder disfrutar más adelante, para poder hacer tal viaje cuando sea más grande. Pero ante una enfermedad como esta tomamos conciencia de la real finitud de la vida, de lo perecedero”.

A diferencia de muchas mujeres que pasaron por situaciones similares, Valeria no tiene pruritos a la hora de desovillar la experiencia. A sólo dos años de convivir con el cáncer de mama, su entereza es tal que uno se ve tentado de preguntarle si en algún momento sucumbió a la desesperación, si se permitió estar realmente asustada.

“Sí, claro. Apenas recibí la noticia lloré mucho. Pero fueron unos días y me dije que con lamentarme no ganaba nada: avancemos. Fue muy difícil cuando me enteré que debían sacarme toda la mama, no sólo una parte”.

Emociones

Luego de haber superado las sesiones de quimioterapia, la operación en la que además le extirparon los ganglios de la axila y la terapia de rayos, Valeria es de las que sienten que un proceso de enfermedad como el que atravesó no responde a causas puramente orgánicas, sino que está vinculado con aspectos de la experiencia.

“Creo que los factores que intervienen pueden ser muchos. Yo había pasado una situación de estrés muy intensa. Personalmente estoy de acuerdo con que las enfermedades son emociones acumuladas y no expresadas”.

Se puso a investigar; leyó que el cáncer en la mama derecha, como era su caso, tiene que ver con la relación con los hombres. “Le dije a mi psicóloga que los hombres en mi vida fueron dos: mi padre y mi ex pareja, que trabajáramos sobre eso. Y la verdad es que sentí un alivio muy grande al poder perdonar”.

Entiende que no hay un manual, que cada caso es particular. Así como a ella la ayudó seguir una terapia psicoanalítica, quizás a otras les baste con el acompañamiento médico, o buscar ayuda en lo religioso. “Es como cada una lo decida, como se pueda”.

Tuvo, también, la suerte de estar muy acompañada por hermanas, padre, madre y amigos.

“Estuve muy contenida durante el tratamiento. La gente se acostumbra a que tenés tiempo para todos, porque no podés trabajar y estás en tu casa. Diría que el problema viene después, cuando la rutina se vuelve a acomodar, cada uno vuelve a sus cosas, a sus ritmos y ya no los ves tanto”.

Dice haber encontrado en el sistema de salud “personas maravillosas, que me recibían siempre con buena onda, con una sonrisa”, tanto en la Maternidad Nacional como en el Oncológico Provincial.

Eclosión

En su relato siempre hay lugar para la conexión con los niños y su ternura, sobrinos o hijos de amigos, y su capacidad para la maravilla y el asombro. “No hay que dejar de sorprenderse con las cosas nuevas. Como los chicos, que celebran un hecho tan simple como cocinar una masa y que pase a ser una torta. Hay que hacer como ellos: descubrir todo de nuevo”.

Siente que es pronto para hacer un balance, y quizá nunca dejará de serlo. Pero sí puede decir que hoy es otra persona. “La gente que me conoce desde hace mucho tiempo me lo ha hecho notar: ahora soy una Valeria que se quiere y se valora más. Que sigue ayudando a quien lo necesita, como siempre, pero que aprendió a decir no a lo que no tenía ganas de hacer, o a lo que hacía por simple compromiso”.

En su Facebook hay un álbum que parece una metáfora de su propia vida, un ensayo fotográfico que pudo registrar con su cámara cuando estaba en el sur. En las imágenes se ve la metamorfosis de una libélula, su mutación al pasar del estado de ninfa al de adulto.

“Durante un paseo por el lago vi un bichito negro que salía de abajo del agua. Y de adentro de él fue saliendo otro, que de a poco abría sus alas, todas arrugadas al principio. Fue un proceso que duró varias horas”.

Es el fenómeno de “eclosión” de esa especie, que ocurre todos los años en San Martín de Los Andes y que convoca a especialistas y curiosos. Pero Valeria no lo sabía, ni lo fue a buscar.

“Creo, simplemente, que yo tenía que verlo, estar ahí”.