Anti-princesas: la mujer tras la emergencia de nuevas subjetividades

De héroes y princesas, de grandes y colosales proezas, las historias infantiles quizás revelen, con una precisión de cirujano, las representaciones sociales que delinean las “correctas” formas de ser varón y de ser mujer en la cultura en la que vivimos.

El hombre, atravesado por una masculinidad tradicional signada por la fortaleza física y espiritual, se expresa como legítimo hombre en su rudeza corporal y gestual, en su habilidad para ingresar al campo del poder, en su valentía y su invulnerabilidad. Son la independencia, la decisión y la seguridad quienes dan cuenta de su hombría, sumado a su racionalidad y su autocontrol. Se trata de un hombre que no se doblega ante el dolor, alejado de la ternura, las sujeciones afectivas y la expresividad de los sentimientos.

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La mujer, en tanto, se presenta como subsumida en su vinculación con la maternidad, demanda que se traduce en una exigencia social que le da sentido y significado en la vida social y que apuntala de lleno la subjetividad femenina. Se desprenden de allí atributos como la sensibilidad, la dulzura, la docilidad, la nobleza y la receptividad. Sus cualidades son de una condición menos competitiva, por lo que su mejor entorno se ubica en el plano afectivo y dentro de las paredes del hogar.

Sin embargo, quizás sea necesario hacer una “revolución desde el interior del hogar y en los comportamientos mínimos”, en las “acciones de todos los días que dan sentido a lo que somos”. Las palabras son de Cecilia Cortés, Licenciada en Psicología y especialista en Género, que analiza las significaciones y el rol de la mujer en la actualidad.

Cortés explica que la construcción de subjetividades es un complejo proceso en el que “la mirada del Otro incide en el cuerpo y en las vivencias que construimos”, a través de un juego de interpelaciones en donde la identidad fluctúa entre los que somos y lo que deberíamos ser.

En ese sentido, el proceso de asunción y adjudicación de roles de género es enteramente relacional y complementario: la asimilación de un determinado rol hace que también asignemos sentido a otro género opuesto, articulándose nuestras expectativas bajo esa lógica.

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Por tanto, los roles de género refieren a una serie de comportamientos previstos y asignados a uno u otro sexo desde la cultura que asume una sociedad determinada en un momento histórico dado. Se prescribe, así, cómo debe comportarse un hombre y una mujer en los diferentes ámbitos y espacios y en las interacciones que los constituyen.

Bajo ese escenario, la especialista analiza cómo se asigna sentido a la mujer en la sociedad actual:

“El trabajo de las mujeres está valorado por y desde lo reproductivo, es decir, lo vinculado a la maternidad, a lo emotivo, a los trabajos finos. Sin embargo, hay cooperativas de mujeres trabajadoras exitosas en trabajos que habían sido rubros de varones: la construcción o el manejo de maquinarias, por ejemplo. Entonces, la sensación es que vamos a tener que pelear por mucho tiempo y con mucha fuerza para lograr que se nos respete y demostrar que no existimos en comparación negativa al Otro”.

Vemos cómo las representaciones sociales acerca de lo que significa la masculinidad y la femineidad diseñan subjetividades contrapuestas que se incorporan a la subjetividad individual y performan la vida cotidiana tanto en lo privado como en lo público.

Entonces, las construcciones culturales y simbólicas en torno al género se hacen reales en las limitaciones que se le han presentado, a lo largo de la historia y en diferentes campos, a la mujer para acceder a igualdad de condiciones y de oportunidades respecto al hombre.

“Esto se traduce en un problema práctico, por ejemplo, en la discriminación a las mujeres a nivel económico: siempre en los puestos de trabajos suelen ganar menos que los varones. Incluso, aun cuando la mujer está en un lugar de poder, permanentemente tiene que demostrar que es capaz, que sabe y que puede”, analiza Cecilia Cortés.

Sin embargo, la coyuntura actual da muestras de un fenómeno dinámico en el que entran en colisión posiciones de cambio y de permanencia y que se expresan tanto en el plano de la cultura, de la subjetividad social como de la subjetividad individual.

La ocupación de mayores espacios por parte de la mujer ha devenido en la ampliación de sus intereses y de un universo de espacios posibles mucho más diverso y plural. Consecuentemente, lo doméstico experimentó un corrimiento del centro y del monopolio de la vida de la mujer, rompiendo muros culturales que se tradujeron en límites y horizontes inalcanzables a lo largo del tiempo.

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Pero el cimbronazo cultural demanda repensar aquellas prácticas que continúan signadas de prejuicios de género, bajo la premisa de potenciar el desarrollo de devenires desreglados, subjetividades abiertas y contextos proclives para vincular a los sujetos desde los nuevos paradigmas.

“Creo que las mujeres y los varones en su casa pueden hacer una diferencia significativa desde el momento en el que se decida no decirles sólo a las hijas mujeres que son las que tienen que levantar la mesa o lavar los platos, que le permitan manejar a las chicas, que las dejen jugar a la pelota, que no le pongan sólo el color rosa”, analiza la Licenciada Cortés. Y continúa: “Que las maestras jardineras y el sistema educativo no reproduzca la subordinación de la mujer. Si le seguís diciendo ‘vos sos la que tenés que limpiar’, los medios masivos de comunicación nos siguen bombardeando con esa idea y con la cuestión de que Mr. Músculo nos va a salvar, entonces la transformación cultural se hace mucho más difícil”.

Por otra parte, se experimenta en el último tiempo un proceso en el cual las mujeres se apropian de nuevos espacios pero mantienen las mismas exigencias tradicionales vinculadas al hogar y a la crianza. Es decir, la expansión de territorios en los que interviene la mujer no se acompaña de una mayor presencia del hombre en el hogar o de una distribución más equilibrada de los quehaceres propios de dicho ámbito. En consecuencia, la mujer pivotea entre lo nuevo y lo tradicional, cumpliendo sus funciones de género convencionales como pasaporte al acceso a nuevos -e impropios- espacios.

En tal sentido, la re-significación del concepto mujer implica, a la par, una demanda similar respecto al ser varón, entendiendo que -tal como explica Cortés- “hay muchos varones que tampoco se sienten representados por ese prototipo del hombre-macho fuerte que no llora”.

Faltante

Así, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora no puede asumirse sólo como un día de agasajos y presentes. Más bien, debe encontrarse en su sentido la reflexión en torno a los condicionantes que nuestra sociedad sigue aún sosteniendo en función de un sistema cultural vinculado al género arcaico y naturalmente restrictivo.

¿Hay forma más profunda y real de rendir homenaje a la mujer que no sea dando las discusiones que como sociedad debemos dar y abriendo los espacios tanto como la igualdad lo demande? Definitivamente, no.

Quizás, haya llegado la hora de retocar algunas historias e imaginar finales más osados. Tal vez, en los tiempos que corren, el modelo de anti-princesas se acerque más a un perfil de mujer que demanda lo que se le negó y que, aferrada a sus derechos, avanza a paso firme y seguro. Por eso, quien dice que sea ésta la era de mujeres libertarias y de hombres liberados o, aún mejor, de mujeres y hombres que, a la par, libran batallas de libertad.

*Las imágenes corresponden a la ilustradora y artista plástica María Romero Alves.