Las dos imprentas

La proximidad con el Congreso Internacional de la Lengua Española, a realizarse del 27 al 30 de marzo próximo, nos dio pie en una nota anterior para recorrer los anaqueles de la biblioteca del Archivo Histórico de la Provincia, y detenernos en el Diccionario documentado de nuestra terminología, escrito por Pedro Grenón S.J.

Este diccionario – sabemos- recogió antiguas voces castellanas de expedientes judiciales producidos entre 1573, año de la fundación de Córdoba, y 1800. Un repaso del diccionario dejó al descubierto los cambios en el habla cordobesa con palabras que adoptaron otro sentido, algunas que se adaptaron -y hoy siguen vigentes- y otras que ya no forman parte del discurso cotidiano.

En esta oportunidad, volvemos nuevamente a esa fuente de conocimiento que es la biblioteca del Archivo para referiremos brevemente a la introducción en Córdoba de la imprenta, una señal de adelanto para la cultura de aquella tranquila aldea al sur de los dominios españoles en América, cuya vida intelectual y espiritual giraba alrededor de la Universidad, el Colegio Máximo, el Colegio Monserrat y los templos, cuyos campanarios eran en otro tiempo los reyes en el horizonte.

Algunos títulos

La primera imprenta que haya existido en nuestro país la introdujeron los jesuitas de Lima, hacia 1765, para uso de la universidad y de los colegios que regenteaban en Córdoba. En los dos años que transcurrieron hasta la expulsión de la Compañía, sólo se sabe que se imprimieron en ella unas Laudaciones, de Duarte y Quiros, fundador del Colegio Monserrat, una “Pastoral del Arzobispo de París”, y un “Acto general de estudios”, quedando en seguida olvidada”, sintetiza Manuel Ríos en Córdoba. Su fisonomía – su misión.

Efraín U. Bischoff agrega al breve inventario de publicaciones salidas de la flamante prensa las Reglas y Constituciones que han de guardar los colegiales para uso de los alumnos del Colegio de Monserrat.

Los jesuitas Pedro de Arroyo y Carlos Gervasoni fueron los encargados de viajar a España y Roma para pedir las autorizaciones de una licencia para instalar la imprenta. Corría el año 1751.

Pedro de Arroyo murió en 1753 y Carlos Gervasoni dejó la ciudad sin ver el taller de impresión en funcionamiento y con un sabor amargo al considerar a Córdoba como una “ciudad mezquina”.

Después de una prolongada espera, el permiso llegó el 21 de agosto de 1765. Al año siguiente, salió el primer libro impreso: Cinco oraciones laudatorias en honor del Dr. Ignacio Duarte y Quirós. El jesuita Pablo Karer estaba a cargo del taller de impresión con la ayuda de un cajista o cajonero, quien era el encargado de mantener los tipos móviles en orden.

A raíz de la orden de expulsión de los jesuitas de América, firmada por el rey Carlos III, el 27 de febrero de 1767, el impresor Pablo Karer sufrió las consecuencias del destierro y debió dejar Córdoba. La ciudad perdió al tipógrafo y la imprenta fue abandonada a su suerte en un sótano.

Entre 1682 y 1782, el Colegio Monserrat funcionó en el solar de Caseros y Obispo Trejo. Al mudarse a su actual ubicación, en aquel lugar se creó la Real Casa de Huérfanas y Niñas Educandas por iniciativa de fray José Antonio de San Alberto. Por esa razón, en el Museo de San Alberto se encuentra un modelo de la prensa jesuítica.

Con poco uso

La existencia de la imprenta en desuso despertó el interés del virrey del Río de la Plata, Juan José de Vértiz y Salcedo -único gobernante de la corona nacido en América (México)-.

El intercambio epistolar entre el virrey y el rector del Colegio de Monserrat, fray Pedro José de Parras, permite dilucidar los términos en que se gestó el traspaso de la imprenta de Córdoba a Buenos Aires. Las cartas son reproducidas por el historiador Guillermo Furlong Cardiff S.J., en la Historia social y cultural del Río de la Plata (1536-1810). El trasplante cultural.

El 16 de septiembre de 1778, Vértiz escribió: “Estoy informado que en ese Convictorio, se halla una imprenta de que no se hace uso alguno desde la expulsión de los exjesuitas; que este mismo abandono por tanto tiempo la ha deteriorado sobremanera, y consiguientemente, que le es ya inútil y porque puede aquí aplicarse a cierto beneficio público, me dirá V. P. su actual estado; si, mediante alguna prolija recomposición, podrá ponerse corriente, y en qué precio la estima ese Colegio”.

A lo cual, Parras respondió: “En la misma hora que he recibido la de V. E., he buscado esta imprenta y la he hallado en un sótano, donde, desarmada y deshecha, la tiraron después del secuestro de esta casa, y sin intervención del impresor se hiciese inventario de los pertrechos de esta oficina, que era la principal y más útil alhaja del Colegio”.

Buenos Aires pagó 2 mil pesos y el traslado por la imprenta y sus accesorios. Félix Juárez, vecino de Córdoba, era la cabeza visible de la tropa de carretas que se presentó con la carga ante la Guardia de Luján. El cargamento contenía algunos paquetes con tipos móviles que nunca fueron abiertos.

En Buenos Aires, la prensa comenzó a funcionar con el nombre de Real Imprenta de Niños Expósitos. La recaudación por el servicio de impresión era destinada al sostenimiento de menores abandonados y sin familia.

La Segunda

La provincia se quedó sin prensa. Esta situación duró hasta 1823, cuando el gobernador de la Provincia, Juan Bautista Bustos, expresó la necesidad de instalar un nuevo taller de imprenta en Córdoba. Con la excusa de que los fondos públicos no alcanzaban para que el gobierno afrontara la inversión, Bustos dirigió una proclama para hacer efectiva la compra mediante la contribución de instituciones y personas.

Elías Bedoya fue el encargado de negociar la compra. La segunda imprenta, como se la suele llamar, fue comprada a Juan Nempomuceno Álvarez, en Buenos Aires. El taller fue instalado en alguna sala del Colegio de Monserrat, bajo la dirección del maestro impresor Joaquín Rodríguez.

De este taller, salieron las primeras páginas de la prensa escrita cordobesa: El investigador, el 23 de diciembre; y El montonero, el 30 de diciembre de 1823.