Cuando la voluntad doblega a la impotencia del dolor

Ferroviarios al 1348 no pasa desapercibido entre los vecinos del lugar. Cada jueves, una casa de grandes ventanales deja en claro que ese es, sin dudas, su día predilecto. La puerta de rejas comienza su bamboleo cerca del mediodía, al tiempo que el ingreso principal ya no se cierra, dando a entender que siempre, ese día y en ese lugar, se espera a alguien más.

De ahí en adelante todo es movimiento. Algunos sentados alrededor de una mesa con libros abiertos y dudas a flor de piel. Otros, más inquietos, caminan por la casa leyendo o practicando algún que otro ejercicio. Ese día no faltan hojas ni escasean lápices. Las aulas se desordenan, pero todo -extrañamente- parece estar en su lugar.

En la entrada, sentada en un escritorio repleto de libros y papeles, espera Noelia. Ella es la coordinadora pedagógica de una escuela sin mástil ni campana, sin demasiadas aulas ni pizarrones. Una escuela que sabe y enseña a decir, una y mil veces: sí, puedo.

Allí, en su mayoría, asisten personas que atraviesan diferentes tipos de tratamientos oncológicos. Sin embargo, poco se habla de consultorios, remedios o médicos. Quienes concurren están allí por otra causa, una mucho más trascendental que la coyuntura de la enfermedad. Están allí porque todos, en la vorágine de sus días y en medio de sus inseguridades, tomaron la decisión de terminar el colegio.

Se trata de una escuela a distancia que nació el 2 de septiembre de este año y que, con ellos, está dando sus primeros pasos. La iniciativa llegó con el objetivo de dar espacio y contener a aquellas personas en tratamiento oncológico y que quieren retomar una parte de sus vidas que, por diferentes motivos, no pudieron concretar. Para ellos, se dio forma a este lugar que ya tiene nivel primario y secundario, que unió a docentes de diferentes disciplinas y que llenó de libros y de contenidos cada rincón de la Fundación Oncológica.

El Centro Educativo “Manuel Dorrego, Anexo Hospital Oncológico”, recibe tanto a personas que atraviesan la enfermedad, como a acompañantes y a personal del Hospital Oncológico, del cual depende la Fundación. Funciona bajo la modalidad educación a distancia, pero los jueves se llevan a cabo tutorías en que asisten al lugar y despejan sus dudas con los profesores.

Historias detrás del sí

Miriam es la única alumna que está haciendo la primaria, pero eso no la acobarda. Tiene un tono de voz tenue y tranquilo y una mirada cálida a tono con la profundidad de sus pensamientos. Sentada en la sala, repasa sus tareas y se anima a explorar en las pequeñas teclas de la netbook a la que accede por primera vez. Asume su desconocimiento sobre el tema, pero sostiene con tesón que, de a poco, irá aprendiendo.

Fue diagnosticada de cáncer de útero grado 5 en un control azaroso, un día en que llevó a su marido al médico. Desde allí convive con la enfermedad con la firme convicción de que estar con vida es, pese a todo, la posibilidad de seguir buscando y alcanzando metas. Así, estudiar es, para ella, uno de esos desafíos pendientes.

Como tantos otros, Miriam no pudo estudiar de chica a causa de las complicaciones económicas en su familia. Por ello, el trabajo reemplazó desde muy temprano su paso por las aulas. Sostiene que la enfermedad no debe ser una carga en la vida de las personas y que su irrupción no tiene que anular la posibilidad de proyectar sueños y objetivos.

“La persona tiene que empezar a quererse y a ver lo que no hizo y lo que tiene que hacer. Nunca es tarde. Hay personas que cuando se enferman no quieren reconocerlo, no luchan por vivir. El alma se endurece tanto que uno dice, ‘bueno, que me lleve’. Pero no es el momento. La enfermedad te tiene que abrir un camino”, reflexiona.

Miriam es la justa combinación entre sabiduría e inocencia; no le avergüenza decir que todavía cuenta con sus dedos y se ilusiona con aprender a usar la computadora para poder comunicarse con su nieto.

“Con esto estoy fascinada. No importa lo que dure, me van a tener acá haciendo todo lo que pueda. Yo tengo todo acá. Yo vengo, aunque tenga que ir a todos lados, al hospital, a hacer los tratamientos, pero yo vengo, yo llego”, asegura.

Recuperándose de un cáncer de mama, Irene es otra de las que dijo sí a la posibilidad de terminar la escuela. En su caso, comparte los jueves de consulta con todos los compañeros que están cursando la secundaria, tanto los que la inician desde primer año como aquellos que lo hacen en cursos posteriores. Ella reconoce que el estudio era algo que había descartado hace tiempo; su mirada no esconde la sorpresa que este presente le tenía preparado, volviendo a dar sus primeros pasos en aquel camino que, hasta pocas semanas atrás, quedaba tan lejano.

Irene tiene la fortaleza de aquellas mujeres que no dieron demasiado tiempo a los lamentos. Personas que tragaron su dolor y no dejaron de dar el siguiente paso para hacer frente, a puro coraje, a una realidad tan dura como solitaria.

Cuando le detectaron la enfermedad, y a causa de los tratamientos, no pudo continuar con su trabajo. En consecuencia, los problemas económicos comenzaron a ser tan difíciles de transitar como la propia enfermedad. Cuenta que con su hermana, con quien continúa viviendo actualmente, vendieron gran parte de sus cosas para poder encarar aquel presente que les tocaba. No fue fácil para ella ni para su hermana proseguir en momentos donde la soledad ganaba terreno y cada vez más puertas decidían cerrarse. Sin embargo, tomaron la decisión de no dejar de ser ellas quienes tuvieran la última palabra y, a base de esfuerzo y fe, se mantuvieron en pie entre tantas turbulencias.

“Con la enfermedad cambian muchas cosas en tu vida. En mi caso, lo peor fue dejar de trabajar. Eso hace todo más complicado, porque no todos te dan una mano. Pero uno aprende. Aprendés a luchar más que cuando estabas bien”, dice.

Sobre el estudio, Irene confiesa que no fue ella, sino su hermana, quien la anotó para que concluya la secundaria. Reconoce que estaba decidida a no ir, pero algo cambió cuando juntó valor y llegó por primera vez a la sede de la Fundación.

“Al principio no quería venir. La llegada de la enfermedad hizo que durante mucho tiempo fuera una persona muy enojada, me costaba relacionarme con la gente por eso. Pero luego me decidí y empecé a venir. Acá te ayudan mucho, te tienen paciencia y eso hace todo mucho más fácil. Quizás en un colegio normal no podría haber empezado, pero acá sí”, comparte.

A Miriam e Irene se suman, entre tantos otros, Alejandra y Ramón. Ellos no padecen ninguna enfermedad oncológica pero, cada uno desde su lugar y desde sus propias motivaciones, tomó también la decisión de animarse a volver a ponerse el traje de alumno.

Alejandra trabaja desde hace seis años en el Hospital Oncológico; se enteró que se abría esta posibilidad y no dudó en anotarse. Sabía que no sería fácil, pero también tenía en claro que pondría todo de sí para lograrlo. Cuando recuerda el primer día, no disimula su emoción; el recuerdo de aquel paso la vuelve a imbuir de esa rara mezcla entre entusiasmo y nerviosismo.

“Al principio me dio miedo y estaba muy insegura. Cuando tuve el libro en las manos me dio una emoción enorme; me daba vergüenza decirlo, pero sentí mucha emoción y miedo a la vez. Como un niño cuando comienza el jardín”, recuerda.

Sin embargo, atrás parecen haber quedado aquellas inseguridades. Hoy, quien hable con Alejandra se encontrará a una mujer convencida de lo que busca, que entiende que para avanzar no siempre es necesario esperar el momento perfecto sino, más bien, tener la decisión de dar el paso y la convicción para construir sus espacios.

“No es lo mismo estudiar a los 20 que a los 40, con trabajo, familia y tan poco tiempo. Pero los jueves, de la 13 hasta las 16, son míos. Ese tiempo se lo robo a mi familia, es un día que me tomo para mí, para venir acá y sentirme cada día mejor”.

Ramón, por su parte, regala a sus 51 años un discurso tan claro como maduro. Sabe lo que quiere, sabe por qué lo quiere y sabe hacia dónde se dirige. Estudiar fue siempre su cuenta pendiente. El hecho de trabajar desde muy chico le impidió desarrollarse en ese campo que, tal como cuenta, lo apasiona y motiva. Y eso se nota; apenas pasado un mes y medio, ya lleva tres módulos rendidos y, como muestra de su compromiso, los tres aprobados con 10.

“Es una deuda conmigo mismo que tengo pendiente desde hace mucho. Yo andaba buscando para terminar, pero los tiempos y el trabajo no me lo permitían. Esta modalidad sí porque tengo que venir sólo los jueves. Me siento excelente, renovado, es algo que siempre quise hacer”, comenta.

Pasadas las 16, la Fundación Oncológica vuelve a su ritmo habitual. Pero el movimiento no se termina, sólo cambia de lugar. Cada uno de los alumnos vuelve a su casa con su libro bajo el brazo, con un buen manojo de preguntas, cuentas y problemas, pero con el entusiasmo renovado para reasumir el compromiso hasta el jueves siguiente.

Irene está ultimando detalles para un nuevo emprendimiento laboral que le multiplica las esperanzas y le inyecta energía. Miriam se anima a imaginar terminando la primaria y empezando la secundaria. Alejandra se proyecta superando miedos y venciendo las dificultades de estudiar de grande. Ramón sueña con terminar y seguir construyendo caminos estudiando una carrera universitaria.

Sus historias no comenzaron en la Fundación ni terminarán en ella. Sin embargo, el presente les da la posibilidad de saldar deudas y tramar nuevos horizontes. Les tiende una mano y los motiva a no olvidarse que los sueños no entienden de enfermedades ni de tratamientos, que atravesar circunstancias complejas no es sinónimo de frustración y pausa sino que, muchas veces, es un aviso del tiempo para recordarnos que estamos vivos.

“Estudiar es una meta que siempre tuve pero que no podía cumplir. Entonces, a ese sueño lo hice realidad con mis hijas. Trabajé muy duro para que ellas estudiaran. Pero no me daba cuenta de que yo existía. Después de que me enfermé me di cuenta de que estaba viva, que yo sí importaba”, reflexiona Miriam.

Sobre la propuesta educativa

El centro educativo, que lleva por nombre “Cenma Manuel Dorrego, Anexo Hospital Oncológico”, entró en vigencia el 2 de setiembre de este año a partir de un convenio entre los ministerios de Educación y de Salud de la Provincia. Es totalmente gratuito y está destinado a pacientes y acompañantes y al personal del Hospital Oncológico que no ha terminado la escuela por diferentes motivos.

El programa se divide en tres niveles: A, B y C. Las personas que ingresan en el plan A son las que nunca hicieron la secundaria o adeudan materias del Ciclo Básico. El B es para los que tienen completo el Ciclo Básico, mientras que el C corresponde a los que tienen completo hasta cuarto año. A su vez, también se brinda la posibilidad de concretar el nivel primario.

La orientación de este programa es en Gestión de Emprendimientos. Se acordó porque la Fundación articula con E+E que trabaja, justamente, con la promoción y la capacitación en referencia a los micro-emprendimientos.

Los módulos que componen la educación secundaria son Lengua, Inglés, Matemáticas, Ciencias Sociales y Naturales y el área técnico-profesional vinculada a la orientación del establecimiento.

Todos los días, desde las 10 de la mañana hasta las 13.45, los alumnos tienen la posibilidad de inscribirse en la Fundación (Ferroviarios 1348), como así también consultar dudas en cuanto al material o las consignas. Los días jueves, de 13 a 16 horas, se realizan las tutorías. Allí está todo el cuerpo docente que se encarga de corregir actividades, evacuar dudas y presentar nuevos temas.

Los alumnos se llevan el material, lo leen y lo trabajan en sus casas. Posteriormente rinden un trabajo práctico y, en caso de aprobarlo, están en condiciones de pasar el examen definitivo de ese módulo.

En cuanto a los tiempos, son determinados por ellos mismos. Incluso no hay plazos de inscripción, ya que se puede empezar a cualquier altura del año.

Al respecto, Noelia Farías, profesora en Ciencias Económicas y directiva a cargo de la Coordinación Pedagógica, explicó que en este tipo de propuestas curriculares el contexto adquiere una relevancia aún mayor. “Estamos al servicio de una comunidad; tenemos que adecuar a ellos, no al revés”. En ese sentido, remarcó que lo que se busca no es indagar en las causas de por qué las personas no finalizaron sus estudios en tiempo, sino concentrarse en lo que se puede hacer a partir de ahora.

Finalmente, agrega Farías: “Nosotros tenemos que brindar todas nuestras herramientas para que ellos puedan trabajar y lograr su objetivo, que es terminar la escuela. En los momentos en los que están acá no piensan en la enfermedad, y eso es muy importante”.