La luz del cuarto oscuro

Al cruzar la puerta uno queda solo con su conciencia y en pocos minutos se agolpan las vivencias sentidas y las esperadas.  No se puede evitar la comparación. Eso sin duda ayuda a ver con más claridad la decisión.
Por minutos uno se apasiona y siente que es dueño en parte de la detención de cosas que no están bien y que es posible constructor de cosas que imagina constituirán un futuro mejor.
Los rasgos que hacen atractiva esa pasión son la intensidad y la energía que aflora. Pero allí mismo surge la comparación con la realidad vivida, y se ve lo que la hace peligrosa cuando esa misma energía resulta difícil de controlar y se vuelve obsesiva.
La soberbia
Hay una soberbia interior y una exterior. En la interior hay dos clases: la soberbia de la inteligencia y la del corazón, y en ésta, la pretensión de realizar algo que excede las propias posibilidades y el deseo de excelencia. Si uno sabe que solo no puede, al menos se siente capaz de poder contribuir.
Algunos pensadores clásicos decían que la soberbia es peligrosa y  que lo virtuoso era la humildad. Uno de mis preferidos: San Buenaventura,que en estos días conmemoramos en el santuario, decía que para alcanzar la verdad hay una sola vía: la humildad, la humildad y la humildad (lo repetía tres veces). Y es que si la humildad no acompaña y no sigue todo lo que hacemos, la soberbia nos arrebata de las manos el bien realizado en el mismo momento que lo realizamos.
¿Qué derivaciones tiene la soberbia? En primer lugar, el desprecio por los demás, la devaluación, la descalificación. Porque la soberbia es la madre de la envidia y el deseo de querer sobresalir, de ser admirado, de imponerse. Ve enemigos en todos los que pueden hacerle sombra. Además, la soberbia va unida al deseo de dominar… es un poder que necesita aniquilar la libertad del otro para alcanzar satisfacción. Los excesos del poder son desmesuras de la soberbia.
La envidia
Lo que el envidioso no puede tolerar es que alguien pueda disfrutar más que él. Que pueda tener más oportunidades, más poder que él.
Hay una vieja historia que menciona a un rey que tiene que laudar entre un envidioso y un avaro. En suma, les ofrece pedir algo. A lo que uno pidiera, el rey al otro le daría el doble. Por supuesto, el avaro decide pedir segundo para recibir más, y el envidioso después de pensarlo un rato decide que le arranquen un ojo así al avaro le arrancarían los dos.
El dinero
Quien ha perdido la alegría tiene que consolarse con la posesión de bienes exteriores. Y la avaricia es un pecado contra la justicia, porque ayuda a que alguien caiga en la indigencia.
El dinero se convierte en el  máximo poder, y la avaricia desde lo subjetivo empequeñece el alma, la hace insensible al dolor ajeno, altera la jerarquía de los valores personales, animando la corrupción, la traición y poniendo precio a todo.
Conclusión
Seguramente los valores preferidos son los que darán la luz en la oscuridad del cuarto, y con ellos la creencia que podremos construir con la gente en que pensemos y con nuestra participación. Una realidad donde exista la seguridad frente a inseguridad; la valentía frente a miedo; el optimismo frente al pesimismo; la autoestima frente al autodesprecio; actividad frente a pasividad; alegría frente a tristeza; ánimo frente a depresión; sociabilidad frente a insociabilidad; empatía frente a autismo afectivo; compasión frente a inhumanidad; estabilidad emocional frente a inestabilidad; resistencia frente a vulnerabilidad. De nosotros depende.