El desafío de liderar

Uno de los desafíos más apasionantes para un dirigente es, sin dudas, liderar. Cuando mencionamos liderar, estamos diciendo ejecutar proyectos y conducir grupos de modo eficiente, atendiendo de forma simultánea a los diversos públicos que involucra nuestro actuar.

El carácter dinámico de los procesos de liderazgo hace que debamos estar atentos a los procesos evolutivos, tanto de los colaboradores como del resto de los stakeholders (públicos interesados); es decir, todos aquellos actores que son alcanzados por las actividades de nuestra organización.

Siguiendo con estas consideraciones, hay que decir que los colaboradores y los diversos públicos son muy sensibles a los cambios, tanto internos como externos, de las organizaciones. Esa sensibilidad se traduce, mirando uno de los planos, en credibilidad; mientras que si observamos la otra cara de la moneda, encontraremos incertidumbre, desconcierto y fuertes expectativas de señales concretas.

En este análisis simplificado, podemos afirmar que la credibilidad se fortalece con claridad y constancia de propósitos, madurez funcional, concordancia en valores, cooperación técnica y cohesión afectiva, siempre en un marco tanto interno como externo de relativa previsibilidad.

¿Cuándo, entonces, el grupo de colaboradores y el resto de los públicos atraviesan momentos de incertidumbre? Dos respuestas podemos aproximar a esta pregunta.

La primera, asociada al concepto de crisis. Nos referimos a cambios, generalmente internos, que modifican aspectos directivos, funcionales o emocionales.

La segunda causa –desestructuración exógena– produce un desconcierto profundo y una expectativa de transformaciones perentorias.

Sucede muchas veces que ambas causas –la interna y la externa– se presentan de manera simultánea y significan lisa y llanamente uno de los mayores desafíos del liderazgo.

Diferentes respuestas suelen ofrecerse ante estas situaciones. En ocasiones, optamos por acciones reactivas, descontextualizadas, impulsivas; en otras, sostenemos un estado de espera silenciosa, entendiendo que este tipo de respuestas va a reducir el desconcierto o simplemente van a pasar las demandas perentorias que se derivan de todo proceso de cambio.

Con el paso del tiempo, comprendemos que ambas respuestas son ineficientes. Aumentan la incertidumbre, instalan el escepticismo, generando un sistema de conjeturas que se ubica como un modo funcional dominante que muchas veces contribuye a incrementar el desconcierto.

Nuestro país, en general, y la provincia de Córdoba, en particular, desde el acto electoral de octubre, transitan un escenario caracterizado por la expectativa de cambios.

Como mencionábamos más arriba, el ciudadano, las empresas, las organizaciones, las instituciones y la administración pública, entre otros actores, se encuentran alcanzados por cierto estado de incertidumbre.

Como dirigentes, a los momentos de cambios debemos tomarlos como una oportunidad para fortalecer y profundizar nuestro proyecto de gestión. Es un momento que nos exige un ejercicio inteligente del liderazgo. Es un espacio temporal que demanda de nosotros decisiones efectivas, integrales, sistémicas.

Debemos informar directivamente los nuevos objetivos, comunicando las metas, los desafíos, los criterios de gestión, los resultados esperados y los impactos anhelados. Debemos transformar el desconcierto en escucha; las dudas, en certeza; la incertidumbre, en previsibilidad, y el pesimismo, en confianza.

* Secretario de Planificación  de la Provincia de Córdoba.