Se respira Memoria

El saco de Andrés Remondegui, el anillo de Graciela Milagros Doldán, la valija de Irene Bucco, el bolso de Juana Avedaño de Gómez y la manta con la que se tapaba Cecilia Suzzara son testigos silenciosos de los años en los que la postal que regala el paisaje de La Perla era un decorado vacío delante de un cuarto frío y oscuro.

Con ellos se encuentran cientos de imágenes que se inscriben en los cuadros de la memoria, aquellos que no se cansan de recordar rostros y miradas como expresión de resistencia ante la crudeza del paso del tiempo.

La densidad de lo que no se ve es la condición que distingue a ese lugar de cualquier otro: desde su ingreso, la historia deja de ser una imagen abstracta para tomar vida en cada espacio de sus largos metros, en cada rincón donde una vida permaneció en la incertidumbre de la espera.

Lo que era y lo que es

La Perla fue uno de los Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) más grandes del interior del país. Comenzó a funcionar con el Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y continuó hasta fines de 1978. Las estimaciones indican que, en ese período, permanecieron en cautiverio entre 2.200 y 2.500 personas, de las cuales alrededor de 200 sobrevivieron y el resto continúan desaparecidas.

En la actualidad -como institución recuperada en 2007-, se ha transformado es un espacio público y abierto a toda la sociedad que se asume como testimonio de la historia reciente y que propone visitas y muestras, que buscan conocer qué fue el terrorismo de Estado y reflexionar sobre el proceso de construcción social de Memoria, Verdad y Justicia como pilares de la promoción y defensa de todos los derechos humanos.

Perspectiva

Los lugares no son sin los ojos de quienes lo miran. Son el resultado de la mirada y la perspectiva: ese ángulo desde donde lo que se ve, se ve de una particular e irrepetible manera.

Por eso, recorrer La Perla invita a volver a esos ángulos, a esos rincones minúsculos desde donde la vida se advertía cuesta arriba y desde donde la esperanza de una lucha se actualizaba en cada ínfimo rayo de luz que se filtraba. Nuevos enfoques desde donde lo conocido se hace nuevo, donde la mirada del otro se reconstruye en la actualización de su historia.

Así, entre las salas y los pasillos, el ex Centro de Detención comienza su recorrido con el llamado Ingreso al campo, el lugar que implicó para la mayoría de los detenidos la entrada al sitio. Allí eran descargados como “bultos” y llevados inmediatamente a las oficinas.

Las Oficinas, en tanto, eran las habitaciones que tuvieron como principal función sistematizar y almacenar la información arrancada bajo tortura a los detenidos-desaparecidos. Al llegar, a cada secuestrado se le asignaba un número que suplantaba su nombre dentro del campo; se confeccionaban carpetas y listados en los que se registraba su identidad y pertenencia política. Las oficinas, además, fueron lo que en la jerga se llamaba “el previo” o “el ablande”, que combinaba castigos físicos con extorsiones y amenazas.

El lugar donde los secuestrados pasaban la mayor parte de su cautiverio era La Cuadra. Este espacio contenía, por momentos, a más de cien personas. Los secuestrados eran traídos allí gravemente heridos luego de los tormentos psíquicos y físicos padecidos. En general, pasaban todo el día acostados o sentados en colchonetas de paja y tapados con mantas de lana, vendados y maniatados, permanentemente vigilados y con la estricta prohibición de comunicarse.

Cuando los secuestrados precisaban ir al baño debían solicitarlo a la guardia de gendarmería. Circunstancialmente, se les permitía asearse en las duchas o los piletones, por lo general en grupo. Compartir estos espacios constituía casi el único momento donde se relajaban las estrictas normas de incomunicación, por lo que allí las víctimas podían intercambiar alguna palabra o levantarse la venda, mirar y mirarse. Así lo contaba Piero Di Monte, allá por 1984:

“Cuando se dieron las condiciones supimos aprovecharlas para hablar y en los días sucesivos, cuando ya podía moverme, nos las ingeniábamos para correr nuestras colchonetas y acercarnos. Tiempo después nos tocó bañarnos juntos. (…) nos sacamos las vendas, nos miramos”.

Los represores llamaban a la sala de torturas físicas la “sala de terapia intensiva”, en alusión a su idea de estar “extirpando el mal de la Patria”, o “Margarita”, referenciando a una de las formas de las picanas eléctricas. Las torturas físicas consistían en atar a cada secuestrado, desnudo y vendado, a una cama de hierro para aplicarle descargas eléctricas, golpes de palo en las articulaciones, puñetazos y vejaciones. También se los ahogaba en tachos de agua o se les producía asfixia con bolsas plásticas. Entre todos estos tormentos, los torturadores alternaban sus preguntas, por ello llamaban, cínicamente, a estas prácticas como “interrogatorios”.

Transformar el dolor en reflexión

Clavel

Darle sentido al pasado es una forma de traerlo al presente, no sólo como pasado, sino como continuidad que reafirma su vigencia. En esa dirección, La Perla se vincula con la actualidad desde la búsqueda de dar a conocer las crueldades de la última dictadura cívico-militar y, también, desde la necesidad de vincularnos con la reflexión en torno a los derechos humanos hoy, tomando el pasado reciente como las antípodas de una sociedad plural, diversa y heterogénea.

Así, Emiliano Fessia, director del Espacio para la Memoria y la Promoción de los Derechos Humanos La Perla, explica que “si uno cree que construir memoria respecto a lo que fue la dictadura es vital para todos los argentinos, el aporte que esta institución pública y abierta realiza es sustancial bajo el fin de construir una democracia más sólida”. Además, está convencido de que la dictadura “no les pasó sólo a los presos políticos y a los desaparecidos”, sino que “nos pasó a todos como sociedad”. Respecto a las búsquedas actuales, entonces, reflexiona que “el desafío siempre es combinar lo que fue este lugar sin lavarlo, pero sin quedar entrampados en el horror: generar talleres, debates, que los recorridos terminen con discusiones sobre qué nos pasa hoy como sociedad”.

Consecuentemente, La Perla articula tres líneas de acción compuestas por un museo del sitio histórico que aporta a la comprensión sobre cómo se planificó y ejecutó el terrorismo de Estado; un espacio de reconocimiento y duelo de los detenidos-desaparecidos; y un espacio de promoción de derechos humanos, para propiciar la participación ciudadana a partir de la reflexión sobre las prácticas políticas, sociales y culturales pasadas y actuales.

Las visitas y recorridos pueden realizarse de martes a viernes de 10 a 18 horas. La entrada es libre y gratuita y, para realizar recorridos educativos, hay que comunicarse previamente al 0351 – 4983256 o mediante el correo electrónico visitasalaperla@gmail.com.