Los hermanos sean unidos

-¿Crees en la justicia?.
-(Silencio). “Creer el cien por cien, no. Creo que la justicia puede mejorar. Los asesinos de mi hermano tuvieron una condena ejemplar en el primer juicio; sin embargo, los otros jueces les fueron bajando la condena hasta dejarlos libres, porque ni siquiera con el 2×1 cumplieron su condena”.

La que habla es Gladys Cabezas, públicamente conocida como la hermana que busca justicia por el asesinato de su hermano, José Luis Cabezas.

Gladys es mamá de tres jóvenes -Diego, Sebastián y Marianella- y abuela de tres nietos a los que ama. Desde joven la apasiona enseñar y por muchos años fue docente en una escuela a cuatro cuadras de su casa, donde sus alumnos se confundían entre los compañeros y amigos de sus hijos y los vecinos del barrio.

“Siempre me gustó estudiar, superarme. Me gustan mucho los chicos. Salía del colegio y tenía alumnos particulares en mi casa, siempre llena de chicos”, cuenta con una sonrisa que es fácil de reconocer en quienes sienten pasión por lo que hacen.

Pero a su historia la marcó un hecho de esos que terminan transformándose en una bisagra en nuestra vida, que nos atraviesan y nos obligan, desde el dolor, a reinventarnos a fuerza de voluntad.

El instante
José Luis Cabezas, su hermano, fue encontrado el 25 de enero de 1997 en Madariaga, con las manos esposadas, dos tiros en cabeza y calcinado dentro de un auto incendiado.

Aquella noche jugaban Boca-Independiente, y Gladys pasaba ese verano en la casa de campo de unos tíos en la zona de Atalaya, en la costa argentina. La familia se preparaba para ir a los corsos del pueblo junto a los abuelos maternos, Norma y José. Mientras ella alistaba a sus hijos, el padre de Gladys enciende la radio para escuchar los relatos del partido; su corazón estaba con Independiente, equipo del cual es hincha casi toda la familia.

En el medio de la transmisión, el flash informativo radial advierte en los títulos: “Fue encontrado en Madariaga el cuerpo calcinado de un reportero gráfico de la Revista Noticias”. En ese instante el tiempo se hace eterno hasta que el desarrollo de la noticia confirma que se trataba de José Luis Cabezas. Así, por radio, se encontraba con la noticia de que el hijo menor de la familia había muerto.

Y si la vida puede cambiar en un instante, literalmente, ese fue un momento.

“Todo fue un griterío, desesperación de mis padres, no sabía cómo hacer para calmarlos; lo primero que se me ocurrió es darle la pastilla para la presión a mi mamá y la pastilla del corazón a mi papá. Cerramos la casa, caminamos hasta el pueblo para hablar por teléfono a Buenos Aires y nos dijeron que nos volviéramos y, como no teníamos auto, alquilamos una combi. Durante ese viaje el silencio fue infernal; veníamos pensando qué era lo que había pasado”.

Cuando llega a Buenos Aires con su familia, se instala en la casa de sus padres y se entera de la brutal manera en la que su hermano fue asesinado.

“La casa de mis padres era un caos de gente que entraba y salía. Prohibí ver televisión, escuchar radio y que alguien les mencionara algo hasta que yo pudiera hablar con ellos. Entonces un día les dije que a mi hermano lo mataron, otro día cómo y otro les expliqué por qué velarlo a cajón cerrado. Cuando les dije que lo habían quemado fue tremendo”, y sus lágrimas nos dicen que el recuerdo la llevo a revivir ese momento otra vez.

Gladys
“Después del asesinato de mi hermano empecé a hacer una vida vertiginosa. En ese tiempo prácticamente vivía en Dolores, me levantaba muy temprano e iba a ver los expedientes; como no los podíamos tener en copias había que grabarlos. Después acompañaba a mis viejos. Por mucho tiempo mis días terminaban de madrugada”.

No eran fáciles los días para Gladys: buscando tapar el dolor ante la necesidad de luchar para hacer justicia y dividiendo sus horas entre ser mamá, hija y hermana. Sin embargo, su vida comenzaba a cambiar no sólo por la ausencia de su hermano, sino también por el sentido que estaba asumiendo: poco a poco comenzó a sentir cómo Gladys iba dejando paso a la “la hermana de Cabezas”.

Dejó de ser maestra; las necesarias licencias y su alta exposición en los medios -que muchas veces se reflejaban en un ´Seño, la vi en la tele´- la obligaron a poner un paréntesis para dedicar su tiempo a la búsqueda de justicia. Su matrimonio se deshizo.

“Yo no sé si estaba entera, pero me veía más entera que los demás y sentía que los debía proteger. Sentía que desde arriba mi hermano me decía ´protegelos, cuidalos; seguí con esto vos porque los viejos no van a poder´”.

Sus padres encabezaban los reclamos de justicia al comienzo, aunque el propio proceso judicial, y la crudeza de la pérdida de un hijo, se encargaron de desgastarlos.

“Mis padres son unos luchadores, la verdad hicieron un esfuerzo enorme. Mi mamá está ahora en un geriátrico, casi no me conoce. Y mi papá se murió de pena; falleció sentando en un sillón mirando una foto de mi hermano que tenía colgada en la pared. Le decía: ´¿Hijo, por qué fuiste a Pinamar?´. Así murió mi papá”.

La resiliencia
Es conocido que los acusados quedaron libres o con prisión domiciliaria a medida que las apelaciones avanzaron. Desde hace muchos años nadie cumple condena por esa brutal muerte que marcó a la prensa y a la libertad de expresión en tiempos de democracia.

“En el caso de mi hermano están todos libres; el que no tiene un estudio jurídico, estudia en una facultad que la pagamos entre todos. ¡Y con prisión domiciliaria!”, expresa con impotencia.

Entonces, Gladys se volcó a la lucha y acompañamiento de familiares de víctimas que, al igual que ella, peregrinan por un derecho que no se debería mendigar: Justicia. “Acompañar a otros que lo necesitan, trabajar para que no se olviden los hechos, estar presente, que tengamos memoria, que seamos un pueblo educado: eso es por lo que lucho todos los días”, dice la hermana.

Dos décadas después, Gladys retomó la docencia como maestra particular en su casa: enseñar y los chicos son su cable a tierra. Estudió y se recibió de psicóloga porque necesitaba entender algunas cosas de la vida: “Después de la muerte de mi hermano empecé a ver cosas que nunca había visto: la pobreza de espíritu de algunos, el poco corazón de otros, la maldad, la hipocresía… cosas que no podía entender. Creo que salí de un tupper”.

También busca cumplir lo que cree hubiera sido el sueño de su hermano José Luis: que su trabajo como reportero gráfico se conociera. Por eso organizó, junto a la Revista Noticias, una muestra itinerante con sus fotografías más destacadas y premiadas para recorrer Argentina. Siente que así ella es parte de ese sueño también.

En sus recuerdos de hermanos claro que hay momentos felices que se dibujan en su cara cuando los relata. De chicos se prometieron ser padrinos de sus primogénitos y lo cumplieron. Asegura que de pequeño José Luis era “llorón y muy mamero” y que la adolescencia que vivieron fue de mucha complicidad. Entre las rateadas juntos al colegio también evoca cómo incumplían ciertas órdenes de Norma: “Mi mamá me hacía salir siempre con mi hermano porque el varón me iba a cuidar. Pero nosotros nos separábamos en la esquina y nos juntábamos después para volver juntos”.

Lo que el tiempo dirá, sin embargo, es que mamá Norma consiguió más sin saberlo: que aquellos pequeños hermanos sigan unidos, y como compañeros de vida, aún a pesar de las distancias…