El Alma de un Museo

El edificio del Museo Emilio Caraffa (MEC), como hoy lo conocemos, es el resultado de construcciones que desde comienzos del Siglo XX moldearon ese sector de la ciudad. Con el paso del tiempo, la casona ubicada frente a Plaza España llegó a convertirse en el actual espacio de exhibición de obras que enorgullece a los cordobeses. Allí se atesoran piezas de artistas cordobeses, argentinos y extranjeros, que representan una parte significativa de la historia de las artes plásticas en Córdoba.

Las Salas de Pinturas
En 1911 existía el “Museo Politécnico” o “Museo Provincial de Córdoba”, que se interesó por reunir diferentes pinturas y esculturas existentes en las dependencias provinciales e incluso adquirir otras, con el fin de formar un acervo propio. La tarea le fue encomendada al director de la Academia Provincial de Bellas Artes, Emilio Caraffa, hasta que en 1914 se exponen al público en las primeras Salas de Pinturas del Museo Provincial.

Mientras tanto, Johannes Kronfuss, un arquitecto húngaro que se radicó en Córdoba a principios del Siglo XX, daría a esta ciudad la ampliación de la Legislatura, la Cárcel de Encausados y el Hospital para Tuberculosos Nuestra Señora de la Misericordia. Pero antes de estas construcciones se le encargó la creación del edificio propio para el Museo Provincial. Así, en 1916 se inauguró esa obra de estilo neoclásico, que se emplaza en el Parque Sarmiento frente a Plaza a España, que por supuesto, por entonces, no existía.

Durante 1962 el edificio fue remodelando, respetando la simetría de su antecesor, para conseguir ampliar la capacidad de exposición.

Años atrás, en el 2006, la Legislatura Provincial sancionó la Ley 9355 que dispuso anexar al MEC el edificio colindante donde funcionaba el gimnasio del IPEF, y designó al museo como lugar de preservación, conservación y mantenimiento del arte local.

Eso significó poner en marcha la refacción y reestructuración del edifico original de Kronfuss, para ampliar sus salas de exposición, cumpliendo con las condiciones museológicas requeridas, pero esta vez con un foco especial en la conservación de la colección y su seguridad según normas internacionales. Es así como se incorporaron cinco áreas de depósito sobre una de las alas de aquella imponente remodelación que se inauguró en el 2007.

El alma de un museo
Las obras que un mueso exhibe dejan al descubierto el alma de un artista. ¿Pero cuál es el alma de un museo?

Para el  profesor y director del MEC, Jorge Torres, sin lugar a dudas el alma del Caraffa, está donde descansa su colección, la más importante de la provincia: en sus depósitos de conservación.

Mientras se atraviesa un largo pasillo – que los trastos ya nos dicen que estamos en el sector de  depósito – del lado izquierdo se observan las puertas corredizas de metal que dan ingreso a cada depósito. En cada habitación la luz es controlada y no siempre está encendida; en el ingreso hay un termohigrómetro que mide la presencia de humedad y polvo del ambiente, factores de riesgo en la conservación de las obras; y un deshumidificador velará por controlar la humedad. En ambos lados se observa un mobiliario blanco, con puertas largas y angostas, que cubren casi toda la pared.

A través de un sistema de rieles, estas puertas sujetan una parrilla de metal desde el techo hasta casi centímetros del suelo, que al correr se descubre que sostienen los cuadros, papeles y obras que forman parte de la colección. Es  precisamente este sistema de “parrilla” lo que permite guardar la obra en la posición más propicia para la que fue concebida y marca una de las diferencias por la cual el MEC es reconocido. Algunos coleccionistas expertos consideran que la sala está entre los mejores quince museos del mundo.

Hay un depósito, el primero, que se destina al taller de restauración, luego le sigue el depósito de  telas y oleos, otro conserva obras de papel y fotografía, le sigue el destinado a los acrílicos y diferentes  técnicas y por último está el que conserva la colección de esculturas.

Cada puerta que se abre, paradójicamente, es un destello de luz en un lugar de sutil claridad: es el brillo de cada obra que cuelga, sin exhibirse, pero que atrae la mirada indefectiblemente.

Así, una a una estas parrillas pueden mostrar un puñado de obras que nos deslumbran con un Picasso; el “Campo argentino” de Cerrito, premiado en 1951; los “Bailarines” de Pettoruti; por supuesto un Quinquela Martin; la “Campesina Italiana” de Spilimbergo y obras de Seguí. Las esculturas ocuparan un espacio diferente con piezas de Curatella Manes, el “Torso” de Valazza, el “Gorrión” de Budini, y el “Arco Espacial” de Luis Riva, entre otros.

La colección del Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Caraffa, es  un conjunto de perlas que descansan serenas, esperando el momento de mostrar el esplendor que su artista imprimió en ellas, testigos de la actividad plástica de Córdoba y las producciones contemporáneas.  Muchas de ellas serán exhibidas en la muestra permanente del Museo Superior de Bellas Artes Evita, donde se puede encontrar un Malanca; la serie de “Manos Anónimas” de Alonso; o la mismísima obra de Emilio Caraffa.

Los tesoros lastimados
Las obras transitan los años, el tiempo y los espacios, en silencio; pero nunca anónimas. Siempre tienen algo por decir; en cada trazo; en su lienzo; en el papel; en el marco; en el brillo o en el opaco de sus pinturas; en el bronce forjado; en la cerámica moldeada.

La mejor expresión de lo que tienen por decir quizás sea la pintura, como también quizás sea la expresión que más se expone a los malos tratos del tiempo y la movilidad. El MEC tiene encomendado el cuidado y conservación de la colección provincial y eso implica la restauración de las obras.

Torres cuenta que actualmente se realizan algunos tratamientos de conservación preventiva en general y de restauración en el taller, el único dentro de un museo en la provincia.

Allí trabaja Julieta, una joven de voz delicada y modos suaves que ahora dedica su tiempo a la obra de Rosa Ferreyra de Roca  a la que realiza un tratamiento de consolidación de la capa pictórica para restaurar las pérdidas de materiales y estratos de la obra. Es decir, curará los daños que dejó una caída tras una exposición en “La Urna Verde”, óleo sobre tela de principios del siglo pasado.

Su mesa de trabajo tiene frascos con diferentes líquidos, generalmente químicos; pinceles de retoque muy pequeños; una tabla para mezclar pigmentos puros; barnices; y papeles que se aplican sobre la tela con sumo cuidado. Nos cuenta que luego desmontará el bastidor para seguir el trabajo sobre una amplia mesa, allí limpiará la tela de ambos lados; tomará sus medidas exactas; trabajará en otros detalles y acreditará todo el procedimiento como así también cualquier dato que enriquezca la documentación de la colección.

Para un restaurador es importante que su trabajo lento, detallista y hasta muchas veces pesado, no deje de ser también un trabajo de investigación que permita realizar una restauración científica de la obra. Quizás, entonces, los respaldos documentales de “La Urna Verde”, mencionen porque se eligió retratar en su vestido rojo a la tenista cordobesa María Isabel Ponce Laforgue, en 1929.

Después de esta visita al Museo Caraffa y al ver la imponencia de la modernidad de sus nuevas instalaciones, es posible confirmar que el alma de un museo se encuentra en donde yace su colección, en ese lugar físico donde el tiempo se detiene y avanza en siglos a la vez; donde los colores brillan y se opacan; donde las figuras se adhieren en plano o sobre relieve; en tela o metal; donde las obras hablan. Donde las casi 1.200 piezas de la colección del Museo Emilio Caraffa muestra un tesoro de las bellas artes de Córdoba al mundo.