Ongamira, la tierra que acuna una historia de resistencia

Correctas o incorrectas, efímeras o eternas, tristes o felices… las letras nos permiten escribir todo tipo de historias, e inmortalizarlas aunque sólo sean parciales. Pero todos formamos parte del universo, y cada paso que damos hace huella en el relato total, en la vida y en la muerte. Algunas veces, aquello que no vio la luz del sol es reflotado con el deseo de otorgar identidad a sus involucrados.

Córdoba, así como tiene paisajes serranos que se caracterizan por su diversidad y hermosura, también ha sido escenario de tristes y desoladoras realidades que se enterraron bajo la propia sangre de sus protagonistas.

Ongamira, ubicada a 20 kilómetros de Capilla del Monte, en lengua comechingona significa “energía de todo lo creado”, y esto queda comprobado por todas las personas que lo visitan. Pero esta tierra resultó testigo de luchas valientes libradas con el objetivo de rescatar costumbres, como así también de la muerte cruenta de personas que buscaban mantener viva la sabiduría colectiva que habían alcanzado hasta ese entonces.

Si bien desde siempre hemos conocido y estudiado en grandes rasgos a la conquista que España hizo sobre nuestro territorio, desconocemos muchas de las aristas que se suscitaron en este proceso. Es que, como tantas veces se dice, la historia es escrita por los ganadores, pero, por ser así, se puede asegurar que el resultado casi nunca es el más fidedigno.

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Así nació Ongamira

El terreno donde se ubica Ongamira surgió hace millones de años, en el período cretácico. Anteriormente, este territorio estuvo bajo el Océano Pacífico, hasta que se formó la Cordillera de los Andes y el terreno se elevó. Es por esto que no resulta extraño encontrar caracoles de mar entre las capas de tierra, justo allí donde también se pueden observar los restos óseos de los posteriores habitantes.

Según se rescata en los libros de historia y en las investigaciones, este escenario albergó a la cultura Ayampitín (hace más de 8.000 años), la misma que fue reemplazada hacia el año 200 d.C por nuevos pobladores: los comechingones.

Las formaciones rocosas de color rojizo de arenisca, moldeadas por la fuerza de los vientos y el desgaste de la lluvia, sirvieron de casa a estas tribus, además de las cavernas que ellos mismos cavaban en la tierra para protegerse.

Los relatos que trascendieron expresan que su lugar de residencia fue una de las razones por la que se llamaban comechingones: es que esta palabra vendría de una deformación peyorativa de la lengua sanavirona (otros nativos que se ubicaban más hacia el norte de la provincia), quienes nombraban “kamichingan” a las vizcachas o habitantes de las cuevas. Otros textos, en tanto, señalan que la palabra “comechingón” era el grito de guerra que ellos usaban, y fue por esto tan característico que resultaron bautizados así por los españoles.

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Invasión y resistencia

Todas las hermosuras que se hallan en estas tierras cargan sobre sus formas la terrible historia de la conquista: es que durante el año 1574, los españoles llegaron a Córdoba con la intención de sacar provecho de todos los materiales que había en nuestra extensión, y se batieron en lucha con los habitantes locales.

El comechingón era belicoso, no en el sentido de la expansión por medio de la cual evolucionaba o ampliaba su territorio, sino en las prácticas al momento de defender su propia cultura o extensión. Por otra parte, resultaba salvaje desde su aspecto físico, porque eran altos y los únicos barbados de toda América.

Cuando los hombres de origen español llegaron al territorio de Ongamira para explotar los minerales que allí había, los comechingones dieron batalla, y terminaron matando al líder de la tropa hispana, el capitán Blas de Rosales, uno de los primeros encomenderos y compañero del fundador de Córdoba Don Jerónimo Luis de Cabrera.

Los comarcanos asediaron noche tras noche a los españoles, quienes debieron retirarse tras la renuncia de los otros capitanes, y arrasaron el fuerte español que se había instalado en Escobasacat (extensión actualmente llamada Escoba).

Según cuentan los textos locales, los habitantes originarios buscaron refugiarse en el cerro Charalqueta, uno de los dos más altos de la región, para estar a salvo de los ataques posteriores, que no demoraron en llegar y dejaron como resultado mucha sangre derramada.

Los españoles lograron encontrar el camino de acceso al cerro y lo abordaron con sus caballos por el poniente. Si bien los comechingones continuaron resistiéndose, ya no pudieron contra los conquistadores y sus armas avanzadas: recordemos que los visitantes ya conocían el hierro y la pólvora.

Según los relatos, cerca de 1.800 nativos fueron asesinados por los españoles, mientras que otros fueron capturados para cumplir tareas de servicio. Pero la muerte que había invadido al cerro no finalizó en este lugar: ancianos y mujeres con sus niños en brazos no dudaron en arrojarse al vacío para no ceder ante el conquistador. Así, este suicidio colectivo se convirtió en el más masivo de la historia del interior del país.

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El cerro de dos nombres

Aquel Cerro Charalqueta, que alcanza los 1.575 metros sobre el nivel del mar y que poseía ese nombre por ser un homenaje al dios de la alegría -además del lugar donde los sabios se reunían a rezarle a la luna y al sol-, luego de este episodio trágico pasó a llamarse Colchiqui, que hace referencia al dios de la fatalidad, de la tristeza.

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Historia borrada

Según cuentan historiadores y lugareños, se supone que por la dimensión de las tribus y los objetos que se han encontrado en Ongamira, este sitio alojaría muchas más pinturas rupestres y morteros para la molienda que en el propio Cerro Colorado. Pero debido a lo rudo que resultó vencer a los comechingones, los españoles destruyeron casi todo lo que encontraron de los habitantes originarios, en símbolo de enardecida conquista.

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El lugar más triste del mundo

Dentro de las tantas miles de personas que han visitado Ongamira, se encuentra el poeta latinoamericano Pablo Neruda, quien estando en el sitio y al tomar conocimiento de la historia completa de la colonización en esta extensión, dijo sentirse en presencia del lugar más triste del mundo. En homenaje a él y a su definición tan sentida como precisa, los habitantes expusieron una placa con las palabras del autor.

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