Las reinas del sí que sacaron a desfilar sus años

Ni ancianas, ni viejas, ni doñas: mujeres. Mujeres que rechazaron la idea de que la edad las define y les impide ser; que se negaron a aceptar que los mejores años quedaron atrás y que, aún hoy, creen en eso de que lo mejor siempre está por venir.

El paso de los años no las acobardó, porque el tiempo nunca acobarda a quien ve en él un aliado y no a un enemigo. Siguen levantándose con metas, con el entusiasmo de hacer y vivir el presente tan plenamente como aquél pasado de juventud; con la convicción de ir contracorriente, en movimiento, y de desafiar el presupuesto de una vida monótona e inadvertida.

De eso se trató el encuentro, en el Salón de Actos del Complejo Pablo Pizzurno, en el que se eligió a la Reina de la Tercera Edad. Cada una de ellas representó a una institución que colaboró para que la edición número 18 del evento se haga realidad una vez más.

En las sillas del salón, esta vez, les tocó estar a los hijos, a los nietos, a los esposos y a los sobrinos. En el medio de las dos alas de butacas, un largo pasillo hacía de pasarela hasta un escenario que se enaltecía con el Reina y la Reina madre del año anterior. Atrás, escondidas detrás de un biombo que les permitía compartir sus nervios y retocar su pelo, estaban ellas: las flamantes postulantes.

Vestidos largos y brillosos, peinados revueltos y con altura, tacos y sandalias a tono y rostros que combinaban las huellas de los años con maquillajes que no afectaban la naturalidad de la mirada.

Posaban en un semicírculo iluminadas por los flashes que detenían ese instante mágico de cosquilleo y adrenalina, ese segundo en el que la vida se ve más clara que nunca y en el que el presente le gana a la nostalgia de lo que fue.

Ahí, antes de salir, improvisaron una ronda y se animaron a compartir lo que sentían, esa mezcla de emoción y nervios, de ansiedad y euforia.

La primera en romper el hielo fue Nilda, quien contó que era la primera vez que participaba y que entre el público estaban su esposo y su hijo. Tranquila, con una voz dulce y pausada, explicó que lo que más la entusiasma es la posibilidad de sentirse joven espiritualmente y disfrutar de la etapa en la que se encuentra. “En la tercera edad también hay que ser feliz”, compartió.

Después la siguió Mirta, otra primeriza de la pasarela que comentó entusiasmada la rutina que haría con las “chicas”: “Vamos a hacer una pasada. Después nos van a hacer bailar con un poco de música distintos ritmos”. Para el baile, ella se tenía fe: “Yo para el baile me siento muy bien porque hago folklore”. Para lo demás, explicó, lo importante es “sentirse de 30”.

María no disimulaba sus nervios. Se sabe una persona tímida e introvertida, pero que se animó a estar ahí por el estímulo de su familia. Para ella, ese apoyo, era lo único que importaba: “Está toda mi familia acompañándome y ya por eso me siento reina”.

A su lado, con un conjunto de collar y aros blancos que le daba brillo a su rostro, estaba la más veterana de todas: Isabel, de 88 años. Contó que ella sola eligió la ropa y los accesorios y que se sentía muy contenta de poder participar. No la ponía nerviosa la entrada ni tampoco el tener que demostrar, con el baile, sus cualidades artísticas. Su principal alegría era saber que, desde hace tiempo, encontró en el Centro de Jubilados que representaba la posibilidad de volver a sentirse acompañada: “Un día estaba almorzando en casa y me di cuenta que almorzar sola era muy feo. Entonces ahí no más me crucé al centro de jubilados que estaba al frente. Fui un viernes y me dijeron que empezaba el próximo lunes. Me moría de la alegría: ahí se acabó mi soledad”.

Valeria, otra de las postulantes, era quizás la más experimentada. Participó el año anterior y también cuando era joven había salido reina de la primavera en su colegio. Para ella este concurso tiene algo especial en relación con los otros, tiene “una cierta madurez que nos hace sentirnos bien y jóvenes, con entusiasmo y ganas de seguir adelante”. Cuenta que vive la tercera edad no como algo aburrido o improductivo, sino como una etapa maravillosa en la que puede hacer todo aquello que siempre quiso. La clave está, afirma, en “tener ganas de vivir”.

Así fueron pasando todas: Sandina, María de las Nieves, Carmen, Susana, Paula, Elva, Amanda, Antonia, María Clara, María Elena y Miriam. Hablaron, se relajaron, volvieron a tomar aire y a acomodar la postura. Llegaba el momento.

A paso lento pero firme, empezaron a recorrer la pasarela que las conducía al escenario. No perdieron la gracia ni el estilo. Movieron sus manos de lado a lado saludando a quienes, desde sus sillas, no paraban de aplaudir. Todos de pie, contagiados de la euforia del andar de aquellas 16 postulantes.

Subieron y recorrieron el escenario. Cada cual lucía con su acompañante: maridos, amigos, hijos, nietos. Ellas se sostenían de sus brazos; ellos, de sus ganas de vivir.

Hicieron la primera pasada y contaron cómo se sentían. Bajaron, disfrutaron de un show de tanto y volvieron a subir. Esta vez las encargadas del show serían ellas. Bailaron, dieron de su talento tratando de conquistar al jurado.

Después de otro show musical, llegó el dictamen. Todas de pie a la espera de la decisión. Pero, en realidad, lo importante escapaba de aquella noticia.

Resultó reina María Elena Figueroa, representante del Espacio Illia. Primera princesa: María Badra Brizuela (Centro de Jubilados Los Granados). Segunda princesa: Vilma Ema Laugero (Centro de Jubilados Alem). Miss elegancia: Fedra Marta Petrai (Natatorio General Bustos). Miss simpatía: Santina Alloni (Centro de Jubilados Los Granados).

La fiesta terminó entre flores, presentes y festejos. No hubo ganadoras ni perdedoras: hubo mujeres valientes que desafiaron los límites. El lugar contagiaba energía y el “no puedo” se perdía ante la voluntad y el deseo. Había vida y decisión.

Pero sobre todo, ese día, había una confirmación: que la belleza, lejos de ser propiedad de una etapa, es la expresión, tangible y perceptible, de una actitud.