El progreso, desde abajo y codo a codo

La heterogeneidad de historias, de modos y trayectorias de vidas, toman forma en cada rincón de Córdoba en la experiencia de comunidades que son diversas y plurales y que -en esa diversidad- esconden su particular forma de ser y de presentarse al mundo.

Bajo ese supuesto trabaja, recorriendo cada paraje y caserío de la Provincia, el Plan de Desarrollo del Noroeste cordobés, sosteniendo que el Progreso no debe llegar para cambiar lo que está, sino para dotar de condiciones de vida dignas que, lejos de transformar, potencien las experiencias y las prácticas situadas y propias de cada comunidad.

Fue bajo esa lógica que el paraje San Miguel, perteneciente al departamento Sobremonte, fue protagonista de un trabajo conjunto entre los representantes del Plan conducido por la Fundación del Banco de Córdoba y los propios vecinos del lugar.

El paraje está ubicado en el noroeste provincial, dentro del departamento Sobremonte. Situado a 60 kilómetros de Lucio B. Mansilla, la llegada y el acceso de los servicios se dificulta por las propias condiciones naturales y de aislamiento que rodean al poblado.

En ese marco, la ayuda del Estado llegó y dejó atrás acciones meramente asistenciales para llegar de la mano del trabajo colaborativo, la acción colectiva que, sin dejar de considerar la importancia de los fondos públicos, enarbola también el rol activo y participativo de los diferentes actores sociales.

Fue San Miguel, entonces, un paraje más que se animó a mirar al progreso como la necesaria restitución de derechos que, a la vez, trabaja sobre y desde la conservación de las nociones culturales que lo hacen ser aquello que es.

El pasado martes se inauguraron allí las obras para el acceso a agua de calidad, la creación de un Salón de Usos Múltiples (SUM) y la refacción de la Iglesia y la escuela Miguel de Azcuénaga.

La inauguración no sólo coronó la igualdad de oportunidades y posibilidades sino que sacó a la luz el trabajo, silencioso muchas veces, de personas que con su rumbo incesante hacen que la historia de estos pequeños poblados no se amedrente ante la insistencia de las dificultades.

Es ésta, entre otras, la historia de Belindo Burgos, leyenda viva de la esencia del lugar que ha visto y sido protagonista excluyente de cada momento histórico del Paraje San Miguel.

Belindo fue quien donó los terrenos para la creación de todo el predio que conforma la escuela del lugar, como así también las tierras para comenzar a desarrollar allí el programa Mi Granja, dependiente de la Provincia de Córdoba.

A sus 74 años, a paso lento pero firme, estuvo presente en el acto que significaría la primera presencia de un gobernador en punto de la geografía cordobesa. Su causa y su lucha fue siempre el progreso de su lugar, trabajando fuertemente para lo que, después del intenso esfuerzo, se concretaría gracias a la ayuda provista por el Plan de Desarrollo del Noroeste.

Desde una posición diferente, pero con igual tesón y empeño, Silvia Álvarez vio en estas inauguraciones saldar la cuenta pendiente por la que día a día se levanta y asiste a la escuela Miguel de Azcuénaga.

Desde hace 9 años ella es la encargada de la institución que tiene una matrícula de 12 alumnos, desde salita de 4 hasta sexto grado. A diferencia de Belindo, Silvia es de San Francisco del Chañar y viaja todos los días con el objetivo de que la experiencia escolar multiplique sueños y reste diferencias en la experiencia de cada uno de sus doce alumnos.

La “seño”, como cada niño la nombraba durante el acto de inauguración, contó que “el mejor regalo para nosotros fue arreglar la escuela”, en acciones que fueron desde pintar el interior y el exterior de la misma, hasta reparar baños y cocina e instalar juegos en el patio para la recreación de los niños.

Visiblemente emocionada, Silvia expresa las vicisitudes que conlleva el trabajo en escuelas rurales en la tarea de lograr equidad en la educación:

“A veces uno lucha por una igualdad de condiciones de los niños y a veces es imposible por una cuestión económica; las escuelas rurales estuvimos mucho tiempo olvidadas. Ahora tenemos más que nunca que cuidar lo que tenemos y seguir para adelante”.

Así, Belindo y Silvia son la expresión viviente de que el trabajo no es en vano, de que las luchas cotidianas, tarde o temprano, responden con frutos que dan respuesta a las demandas por las que siempre trabajaron.

Se trata de un progreso que llega no sólo para dar sino -fundamentalmente- para trabajar codo a codo con aquellos que forman su experiencia cotidiana, respetando sus costumbres, su cultura y su forma de concebir el mundo.