Se retiró Guillermo Soppe: el adiós a un maestro

Adentrarse en la historia de Guillermo Soppe es bucear en un mundo tan apasionante como, al menos para el grueso de los amantes de los deportes, desconocido. Conocer a Soppe es conocer que un ajedrecista de elite se entrena como cualquier otro deportista de alto nivel: con un preparador físico, siguiendo una dieta estricta y con el bolso listo para viajar por el mundo representando a su país de origen. Aunque, en este caso, la exigencia contiene un plus: antes de sentarse a jugar una partida de ajedrez, hay que apoyar la cola en la silla y estudiar, estudiar y estudiar.
Con 54 años y a 40 de haber obtenido su primer campeonato en la provincia, el cordobés Soppe, presidente de la Federación Cordobesa de Ajedrez, anunció su retiro como jugador de nivel magistral. “Ya había dado mucho. Mantenerme en un nivel alto, implicaba dejar afuera un montón de otros proyectos relacionados con el ajedrez. El ajedrez de alta competencia demanda mucho tiempo para subir el nivel. Por eso decidí dedicarme a otras actividades y participar en torneos más distendidos”, explica.
-¿Por dónde pasa el desgaste? ¿Qué podías hacer antes que ya no?
-Antes viajaba mucho, y ya no tengo la misma energía. Hubo años en los que me fui hasta tres veces, entre Sudamérica, Europa y Estados Unidos. No tengo la misma motivación, las mismas ganas de estudiar que tenía antes. En el momento de mayor competencia, cuando estaba representando a la Argentina en las Olimpíadas, tenía hasta preparador físico, una dieta especial y estudiaba ajedrez, mínimo, seis horas por día: veía ajedrez actual, partidas de la historia, mis repertorios de apertura, estudiaba a mis rivales, etc. Era realmente un trabajo. Eso, ahora, es difícil.
El desgaste puede llevar a cualquier atleta a un sitio poco feliz. El calendario, de a ratos, es un hereje que no perdona. La cuerda se tensa tanto que, en un momento y aunque no se lo quiera ver, se corta. “Pasó algo significativo. El mejor ajedrecista de mi época, Hugo Spangenberg, que fue primer tablero en los equipos olímpicos, se retiró un tiempo del ajedrez y volvió este año en un torneo magistral, como los que jugaba siempre y era número uno… salió último. El ajedrez te pasa factura, así que dije: ‘Si él salió último, yo no quiero llegar a eso’”, asegura Soppe, que se va por la puerta grande.
Kasparov y Karpov son al ajedrez lo que Maradona y Pelé al fútbol. Ninguno como ellos logró que el público “no ajedrecístico” se interesara por una partida en un tablero de 64 escaques (nombre que reciben de los “casilleros”). Y fue a uno de estos monstruos a quien Soppe, alguna vez, tuvo contra las cuerdas. “En 1998, jugué contra Gari (Kasparov). Tenía el juego ganado. Mientras no pensé que lo tenía a él enfrente, venía bien. Cuando tomé consciencia de contra quién estaba jugando, empecé a hacerlo mal. Me había preparado mentalmente, pero cuando lo vi enojado –por su juego, por su puesto: los ajedrecistas nos enojamos con nosotros, no con el rival- cometí el error y lo dejé escapar”, recuerda Soppe esa anécdota que le contará a sus nietos y que tiene un capítulo más: “Tan interesante fue que, después de esa partida, tuvo que seleccionar a dos jugadores para hacer una exhibición por Internet y me eligió. Me volvió a ganar, ese mismo año, pero tampoco le fue fácil”.
Cuerpo y mente en el ajedrez, pero desde otro ángulo. Soppe sigue a pie firme ligado a su pasión, pero elige salidas más altruistas, como la de enseñar parte de lo que aprendió. “El ajedrez ejercita el razonamiento, la memoria; es un deporte y una herramienta educativa. Estoy trabajando en el Plan Provincial de Ajedrez para escuelas. Se les enseña a las maestras para que ellas enseñen lo básico. Capacitamos a 200 maestras ya, y creamos una masa de chicos que sabe jugar”, afirma el autor de dos libros sobre la materia: “Aprenda con los Campeones”, que escribió junto con Carlos Barrionuevo, y “Eliskases, Caballeros del Ajedrez”, cuyo coautor es Raúl Grosso.
-¿Le recomendarías a un papá que lleve a su hijo a aprender ajedrez?
-Por supuesto. El ajedrez es un juego multicultural que trascendió en el tiempo, y ayuda a tomar decisiones estratégicas. Pero, fundamentalmente, nos obliga a ponernos en el lugar del otro. Tiene la gran virtud que siempre pensás qué va a hacer tu rival. Además, es un juego donde las cartas están a la vista, no estás mintiendo, no tenés que engañar al otro.