Apodos: el nombre es lo de menos

Algunos precisan ir acompañados por una aclaración (“Rata bañada”, le decían a un hombre que vestía siempre de traje gris, ceñido al cuerpo), otros se destacan por su elocuencia (“Cabeza colorada”, era el apodo del cantor y decidor José María Llanes).

Los apodos son reflejo de golpes de ingenio, expresiones de una picardía que muchas veces nace para herir el amor propio de otra persona, antes que para recrear el ánimo de alguien.

El cantautor Luis Fernando Correa, creador de la “Chacarera del apodo”, es popularmente conocido justamente por su sobrenombre “El pícaro cordobés”. Esa chacarera es un inventario de la viveza autóctona y agrupa motes como los de “Car´e fuentón”; “Tarro abollado”; “Car´e trompada en el barro”; “Car´e lampazo”; y otros que vale la pena escuchar cantados por el mismísimo Pícaro Cordobés.

Del apodo no se salva nadie. El humorista Elvio Modesto Tissera apodó a su conocido personaje “El chupitegui” con el sobrenombre de “Servicio meteorológico: fresco por la mañana, variable por la tarde, inestable por la noche”.

Sobre los nombres

“La peculiaridad viene de muy lejano tiempo y aún restan cordobeses asistidos por esa característica natural, muchas veces espontánea, para tener el acierto de crearlo. Esta apreciación estaba emparentada con aquella de que difícilmente existieran otros como los cordobeses para arrojar una o más premisas con singular certeza”, expresa Azor Grimaut en una conferencia sobre ‘Los cordobeses y los apodos’, dada en abril de 1977. La conferencia fue publicada en el libro “Lo que quedó en el tintero” (2012), de la editorial cordobesa Buena Vista.

Azor Grimaut fue un narrador de las costumbres locales. Publicó “Ancua”, poemas, “Duendes en Córdoba”, perfiles y prácticas tradicionales de la ciudad, “Cordobeseando”, costumbres populares, y “Comidas cordobesas de antes”. Además, trabajó como periodista en la sección de policiales en el diario La Voz del Interior y fue corresponsal para el diario La Razón de Buenos Aires.

Un perspicaz apodo puede desplazar al primer nombre. “Un amigo del Abrojal (antiguo barrio orillero) no hace mucho me expresó su extrañeza al no haberme visto en el velorio de Antonio Giménez, supongamos. Se sorprendió cuando le manifesté no recordar quién era y aclarándome dijo: -¡Pero cómo no lo va conocer! Le decían ‘Calavera e´Gallo’. Por el apodo lo ubiqué en el acto”, cuenta Grimaut.

Otro caso ejemplar que recuerda el autor es el de un jugador de fútbol bautizado originalmente como Juan Carlos González. Sin embargo, “había vecinos que desconocían su nombre y apellido, pero si se mencionaba el apodo, que era ‘Pecho Helado’, de inmediato lo ubicaban”.

En su paso por la sección de crónicas policiales, Grimaut conoció cantidades de apodos. También a un agente que se desempeñaba en el departamento de Investigaciones de la Policía, “habilísimo profesional de carrera en la especialidad y cumplido caballero, dispuso que se creara en la repartición a su cargo un registro por orden alfabético de sobrenombres, alias o apodos masculinos o femeninos de individuos delincuentes, inclusive menores”.

La República y el apodo

En la ciudad de Córdoba, el barrio San Vicente parece ser un terreno fértil para el sobrenombre. Al menos así lo pone en evidencia un vecino de ese barrio, Luis Eduardo Eguía, en su libro “Desde San Vicente. Agustín Garzón esq. Juan Rodríguez”.

Nombres propios como los de José Malanca y Francisco Vidal, que hoy son parte de la historia grande de la plástica cordobesa, conviven en la memoria del centenario barrio cordobés con un segundo nombre tan popular como el de la “Papa de Hortensia”, impuesto a una pobre mujer que inspiró el nombre de una de las más grandes creaciones del humor gráfico nacional, la revista Hortensia, dirigida por Alberto Cognigni.

Luis Eduardo Eguía rescata además otros apodos no menos ocurrentes: el “Cola de cabra”, un célebre bebedor, “Tito Ganzo”, un hombre que caminaba ayudado por un bastón hecho con una rama o un palo de escoba, “La Muerte” llamaban a otro sujeto, alto y delgado, que usaba el mismo disfraz de la parca en los populares corsos del barrio, y “Lápiz Largo”, llamaban a un agente de Policía que llevaba un lápiz a la vista y amenazaba con hacer multas, aunque en realidad el agente no sabía escribir.

Santiago del Estero y Tucumán

Horacio Germinal Rava aborda el asunto de los motes en un ensayo titulado “Los sobrenombres santiagueños”. Según el poeta y ensayista santiagueño, la perspicacia para el segundo nombre no es solamente un patrimonio intangible de los cordobeses. La habilidad para el apodo también es una característica en la Madre de Ciudades, opina Rava.

Con relación al apodo que nace de la abreviatura del nombre propio, particularmente, el ensayista sostiene: “En Santiago del Estero esas abreviaturas son frecuentes y algunas de ellas se producen bajo la influencia de la lengua quichua, lo que se revela en su estructura. Generalmente se reduce el nombre a las dos primeras sílabas, se le apocopa en diminutivos o se cambia las s o las c por sh, o la e por la u, ejemplo: Baltazar hace Balta, Napoleón, hace Napu, Casimiro, Cashi, Salomón hace Shalu, Concepción hace Cunshi”.

Siguiendo la tradicional senda del noroeste, que comunicó a Córdoba con el Alto Perú incluso desde tiempo antes de esa división jurisdiccional impuesta por la dominación española, un investigador tucumano, el ingeniero Julio Storni, abordó el tema del apodo en un ensayo titulado “Motes del Tucumán”.

El sitio especializado en costumbres, canciones y bailes regionales www.folkloredelnorte.com.ar, publica los siguientes sobrenombres que Storni rescató en su derrotero:

  • “Carrasca yuta”: la carrasca o charrasca es un pajarito pequeño muy inquieto que suele anidar en las viviendas y gritar muy fuerte. Se suele usar este apodo a la gente con esa característica y al no tener cola, se le dice yuto.
  • “Chui-chui”: es un apodo que se le suele poner a las personas enjutas con los hombros encogidos. Viene el mote de la expresión quichua chuy que significa «qué frío».
  • “Lámpara sin querosene”: se utilizaba en una época lámparas a querosene en los lugares donde no había electricidad. El término viene de cuando estas lámparas se estaban quedando sin combustible comenzaban a flaquear y a dar luz intermitente. Se dice a las personas nerviosas que parpadean constantemente.
  • “Pájaro lleno”: a las personas flacas y con panza grande. Es sabido que los pájaros comen hasta el hartazgo y se les llena el buche quedando con una forma muy graciosa.